Vivir a través de los demás se nos puede volver una costumbre. Existe una línea muy delgada entre nuestra vida y la de aquellos a los que servimos, digo servimos porque todos cumplimos una función social de servicio, padres de familia, doctores, maestros, oficinistas, empresarios, artistas, políticos, choferes. Todos.
La línea divisoria entre nuestra vida y la de los demás, es parecido a los meridianos, no se ven, pero sirven para orientarnos, si queremos colocar un punto cardinal en el mapa debemos referirnos a ellos para lograrlo; tal cual deberíamos hacer con nuestra vida. Las personas que nos rodean influyen de maneras diferentes en lo que hacemos; una de ellas puede ser la de involucrarnos con tal pasión en sus proyectos que terminamos olvidando los propios. Nos puede pasar con nuestros hijos, pareja, familia o en el ámbito laboral; nos involucramos tanto por amor o lealtad, que cuando queremos virar hacia nuestros proyectos es como si el GPS se hubiera descompuesto, ya no sabemos hacia dónde ir. Se nos perdieron los meridianos. ¿Se puede cumplir con los sueños personales mientras apoyamos los de los demás?, ¿a quién ponemos primero?
Por si fuera poco, a veces queremos que sean los otros quienes cumplan nuestros sueños, deseamos que los de afuera entiendan y promuevan nuestros sentimientos o anhelos cuando ni nosotros mismos nos atrevemos a hacerlo. Es como cuando en la pareja se pide amor pero el amor propio está en el piso, ¿cómo puede una persona darnos algo que no nos damos ni nosotros mismos? Pasa igual con los deseos, postergarlos por los demás jamás hará que sucedan, tendremos que meter las manos, ¡trabajar por ellos!
Clarissa Pinkola Estés, doctora en estudios interculturales y psicología clínica, ha obtenido numerosos premios y reconocimientos por su trabajo, como el de haber sido incluida en el Salón Femenino de la Fama, en Colorado que hace reconocimiento a todas las mujeres agentes de cambio que logran influencia e impacto internacional a través de su trabajo. En su libro “Mujeres que Corren con los Lobos“, expresa que: “ser nosotros mismos hace que acabemos exilados por muchos otros. Sin embargo, cumplir con lo que otros quieren nos causa exiliarnos de nosotros mismos”. Alejarnos de nosotros mismos pueden ser como esos “atajos” que tomamos, aquello que decidimos hacer porque parece fácil, nos subimos a las carretas de los demás para no tener que caminar y luego les echamos la culpa de haber cambiado nuestro destino. Dejar de diseñar nuestra vida es igual a dejar de hacerla con nuestras manos, y al hacerlo resulta que los sacrificios intrínsecos de servir a otros nos empiezan a parecer muy pesados. Hay muchas formas de dejar de hacernos con las manos, como cuando decimos “ya haré tal cosa”.
Debemos mantener los ojos abiertos para identificarnos mientras servimos, sería maravilloso ser como Lincoln, Ghandi, Martin Luther King, la Madre Teresa o muchísimos otros, que pasaron a la historia por haber encontrado que sus proyectos personales eran por un bien mucho más grande que ellos mismos. Mientras intentamos igualarlos, ¿que tal si nos preguntamos cuánto hemos dado mientras pagamos el precio de la comodidad o el ego?
Retomando el ejemplo del GPS, es un hecho que no funciona si estás parado. Nuestro GPS está adentro, ahí donde radica la fuerza pero, a menos que avancemos, no nos dirá si vamos en la dirección correcta. No importa que esos primeros pasos sean hacia ningún lado, ya nos avisará que hay que dar vuelta, pero mientras nos mantengamos estáticos o subidos en los vehículos de los demás, no se vale decir que nuestro GPS está descompuesto.