La máquina del tiempo no existe

¿Te imaginas poder regresar el tiempo? ¿No sería increíble? Podríamos decir o hacer las cosas que no hicimos o dijimos; como ya sabemos qué fue lo que no funcionó, tratariamos de que el resultado fuera más como nos lo imaginamos, y ¿sabes que?, seguramente al volver al futuro no nos gustaría el resultado de todas formas; y es que el problema no es el pasado, el problema es cómo enfrentamos el presente

En este sentido, el pasado es un lugar que nos sirve de referencia, claro que explica de dónde venimos y porqué tomamos el camino que tomamos, por supuesto que sirve aprender de él, pero a veces nos quedamos atorados en esos momentos y la nostalgia o frustración no nos deja avanzar; es necesario dejar de ver hacia atrás en términos de idealización o condena, es decir, si nuestro pasado fue muy bueno en algún punto, puede que vivamos idealizando, pero si por el contrario, resultara que alguna fase no fue idónea, quizá estemos tentados a autoflajelarnos; ninguna de las dos posturas nos lleva a ningún lado.  Y es que no importa lo atractiva que nos  parezca la idea, la máquina del tiempo no existe, esta es nuestra realidad, la pregunta es ¿qué queremos hacer con ella?

Recientemente leí un libro sobre un hombre que se reencuentra con el amor de su vida 20 años después de haberse separado, por un golpe de suerte retoman contacto y lo que empieza a fluir como un refresh, termina por decepcionarlos a ambos; claramente en ocasiones nuestro corazón se queda atrapado en esos laberintos oscuros del “hubiera”, y se nos nubla el juicio para aceptar que por algo ciertas personas se quedaron en nuestro pasado. Me pareció padrísima la historia, porque lo que las novelas románticas nos venden es que aunque la vida pasa, ese amor o ese momento se mantienen intactos en aquel estado de antaño; la realidad es que únicamente se mantienen de esa forma en nuestra memoria. Ojalá tuviéramos la oportunidad del personaje del libro para reencontrarnos con amores o momentos pasados, estoy segura que eso nos permitiría darnos cuenta de que lo único cierto al respecto del hubiera es que las personas y los momentos no llegan siempre para quedarse y eso está bien. La verdad es que todos cambiamos, esos momentos o personas que añoramos, ya no existen, la vida y el tiempo hacen su trabajo, las circunstancias cambian a cada segundo, así que aún si nos los toparamos de nuevo, nada, ¡pero nada!, sería tal como fue. Sin un dejo de amargura, puedo afirmar que las relaciones humanas tienen límites, se conforman de varios inicios y fines, así que las relaciones que más perduran en nuestras vidas son precisamente las que se saben adaptar a esos ciclos. En una relación amorosa real, jamás nos mantenemos iguales, las subidas y bajadas son cosa de todos los días; lo mismo sucede con nuestros trabajos, con nuestro estilo de vida o con nuestras amistades; lo que permanece es lo que se adapta; pero para mala pata, resulta que nuestra memoria de pronto lo que busca no es adaptarse, sino aferrarse a esos instantes que a lo lejos parecen idílicos

Agradezcamos el presente con todas nuestras fuerzas, lo que nos rodea hoy en día no es sino el resultado de muchas batallas que hemos librado, démonos permiso de ojear lo vivido sin que insistamos en transformarlo en un oasis; lo realmente importante es lo que tenemos hoy. Me atrevo a afirmar que si la máquina del tiempo existiera, sería un desperdicio; si la  tuviéramos a la mano, y como simples testigos miráramos desde lejos cómo eran nuestras relaciones y circunstancias, seguramente veríamos que también se sentían imperfectos; por otro lado, seguramente nos la pasariamos deambulando entre momento y momento para ver “que arreglamos” por lo que lo único seguro es que nos perderíamos del presente. 

El momento más importante de nuestra vida es ahora, cada vez que nos lo perdemos idealizando el pasado o saboreando el futuro, es como si nos montaramos en un viaje inutil cuyo único objetivo es alejarnos del hoy.

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