Lo que el cáncer me robó

Solo de escucharla, la palabra cáncer da miedo. Nos alerta sobre hospitales, inyecciones, quimioterapias, pérdida de cabello, etc; no conozco a nadie a quien no le de terror esta enfermedad, y es que sí, no sólo puede ser mortal, sino que el proceso hacia cualquiera de sus posibles destinos, se asemeja a un largo túnel cuyo final puede ser doloroso, caro y en algunos casos letal.

El cáncer me robó a dos de las mujeres más especiales que me ha regalado la vida. La primera vez, hace más de 20 años, fue a mi abuelita, -mamá Tete-, una mujer hermosa y cariñosa que amaba a sus hijos y sus nietos por sobre todas las cosas; yo amaba estar en su casa y la amaba ella;  fuí su primera nieta y me llena de emoción recordar las mañanas al despertar en su cama, los huevitos del desayuno, la higuera del jardín y las carcajadas en los columpios alrededor de mi hermana y mis primos. Cuando el cáncer la invadió, lo enfrentó con toda la fé que la acompañó siempre, con muchísima fuerza y con la enorme dignidad que le conocimos en cada momento. Me dejó claro que uno no sólo  se forma en la enfermedad, uno va sacando lo que tiene en los peores momentos, y si lo que uno ya trae es entereza, cualquier eventualidad la sacará a flote. Gaby es otro ejemplo de ello; una amiga de la que aún me cuesta trabajo habla, tal como en su momento me costó con Mamá Tete; Gaby recibió el cáncer de forma inesperada después de un “todo se ve bien”, sin chistar puso manos a la obra para hacer frente a la extirpación de un seno y las quimios; fue impresionante la entereza y  la respuesta de su cuerpo que se defendió con lo que ella le había proveído: ejercicio y buena alimentación; sin embargo, a pesar de librarla en un primer round, la enfermedad arremetió tiempo después con más fuerza y se la llevó. Si bien es cierto que ellas se habían construido antes de su padecimiento, es un hecho que enfrentarse a él las terminó de moldear ante los mirada sorpresiva de quienes las acompañamos. 

Ambas me dejaron llena de amor, de un sin fin de momentos inolvidables en mi mente y en  mi corazón,  pero más allá de eso, me enseñaron que la vida se construye de “a pasito”, a cada puntada, a cada sonris, en cada elección que hacemos. Me explico: las dos fomentaron su fe antes de la enfermedad, no fue que creyeran en Dios al saberse enfermas, ni tampoco que al caer en cama de pronto se hincaran a rezar, su fe siempre estuvo ahí y las sostuvo en sus peores momentos; sus cuerpos respondieron y dieron batalla como consecuencia de la vida saludable que eligieron antes de caer enfermas; por otro lado cada una contaba con una fuerte red de apoyo que salió a dar el ancho como consecuencia de las muchas veces que estuvieron ahí para todos quienes se hicieron presentes. No hay debate en que todos tenemos lo que construimos..  Vivir cerca de ellas me dejó claro que la vida es ahora y que cuando verdaderamente amas a alguien, será para siempre. También me dejaron claro que si bien es cierto que nos marcaron con el ejemplo de cómo enfrentaron su muerte anunciada, ellas son mucho más que el cáncer que las invadió; son la solidaridad que mostraron sus amigos, la entereza con la que su familia las ayudó, son la  felicidad de sus hijos sabiéndose amados, son la  empatía que nos regalaron. 

Pero la lección más dura que me dejaron es que al final nos vamos solos; sí nos llevamos todo el amor que dimos y recibimos, empacamos en cada fibra a los amigos y la fe, se nos suben a los hombros los recuerdos y cada momento que nos llenó de gozo, también nos llevamos las heridas y ya no nos importan las cicatrices o los rencores; nos vamos con todo y con todos con quienes vivimos; pero la recta final la caminamos en solitario; ¿nos caemos bien?, ¿estamos en paz con el ser humano que somos?, si no hay certeza de un más allá en comunidad…sería bueno tener en cuenta que nos vamos con nosotros mismos; por eso, ¡qué importante es defendernos!; defender nuestro amor propio, defender nuestras pasiones, nuestra personalidad, nuestros sueños; y cuando hablo de defendernos, no me refiero a que los demás nos ataquen, muchas veces la armadura que nos tenemos que poner es para defendernos de nosotros mismos. 

El cáncer me robó a mi abuelita y una de mis más entrañables amigas; pero ambas me dejaron claro que lo que nos define va más allá de las adversidades y que la batalla más dura la libraremos en compañía de la persona en la que nos hemos convertido. 

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