El vuelo del dragón

Si tuviéramos la oportunidad de trepar a un árbol inmenso, desde donde se pudiera ver todo lo que existe a nuestro alrededor, ¿qué encontraríamos? En uno de los pasajes del libro El Oso, el Tigre y el Dragón, el protagonista observa junto a su dragón, como la vida se mueve desde un árbol más alto que una montaña; desde ahí, lo urgente no parece urgente, se ven claramente los peligros que le acechan a la comunidad, se puede observar qué hacen otros pueblos cercanos y  si uno pone suficiente atención, incluso se puede prever cómo se comportarán unos con otros. El momento es sublime, básicamente plantea que debido a sus alas, el dragón puede volar y observar mejor lo que acontece, por eso, acompañarlo termina por darle propósito a las metas del protagonista. 

¡No puedo describir la emoción que sentí al leerlo!, ¡claro!, para los seres humanos, -carentes de alas-, esa clarividencia nos llega con los moretones de nuestras carreras y con la visión que vamos alcanzando como resultado de nuestros conocimientos y experiencias; para nosotros la mirada del dragón significa saber ver más allá, ver la “big picture”. La mayoría de las metas que nos planteamos desde esa altura, es decir, con la suma de experiencia y visión, son metas colectivas, que buscan no sólo nuestro propio bienestar, sino también el bien común, por eso le dan sentido y propósito a nuestra existencia.  Para tener una visión periférica que nos permita plantearnos un propósito, lo primero es trabajar en nuestro interior, dejar salir las emociones, y reconocerlas para trabajar en ellas; después hay que trabajar en ser valientes para acallar las voces internas y externas que en ocasiones nos susurran que no podemos o que nadie lo ha hecho; pero por último, debemos encontrar el cómo sumar la emoción con la valentía para alcanzar lo que “vemos” desde arriba. En este sentido, y regresando al mundo al terrenal, creo que vamos dando picotadas aquí y allá olivando la visión que hemos adquirido; también creo que cuando la ejecución de nuestras labores es desordenada, poco eficiente y hasta improductiva, no encontramos el tiempo de elevarnos y ver desde arriba nuestras metas menos terrenales; creo que en ocasiones perdemos visión por no saber emplear mejor nuestros tiempos y es cuando nos enfocarnos en resolver y no en volar. Estar demasiado ocupados, no organizarnos, no descansar o comer bien, vivir al día, sin un plan u objetivo, nos van alejando de nuestro propósito; porque aún cuando parece que nos estamos acercando al destino que buscábamos, la sensación no será de gozo, sino de hastío. 

La visión sobre lo que ven nuestros ojos al elevar el vuelo, es profundamente personal, aquí mi versión literaria de esa posible discrepancia:

El vuelo de las catarinas 

Había una vez dos catarinas a las que les gustaba mucho volar juntas. Pasaban el día de hoja en hoja comiendo y tomando el sol mientras recorrían grandes prados. Habían escuchado de un lugar lejano en dónde había una laguna primorosa, a veces hablaban sobre ella y sobre lo emocionante que sería verla. Un día, pasó por allí una libélula que volaba rápidamente;  al verlas , se detuvo a charlar con ellas, les contó sobre el brillante reflejo del sol tocando la laguna y de cómo se podía ver ella misma volando sobre el agua como si fuera un espejo; les advirtió que estaba muy lejos y al despedirse, animada les sugirió: – Tal vez si volaran más rápido, un día podrían acompañarme.

Una de las catarinas no  le hizo caso, “ellas eran catarinas, no libélulas” volar rápido era estresante, pero la otra ya soñaba con estar en ese lugar; comenzó a comer más rápido, descansaba menos, tomaba menos el sol y apresuraba a la otra a hacer lo mismo. Al principio, la otra catarina le siguió el paso, pero no era lo que ella quería, así que al pasar de los días, se sentía agotada, infeliz y muy hambrienta, ¡nunca le daba tiempo de comer!. Harta, se sentó a hablar con su amiga: – es que ya no puedo más, tú vas volando de aquí para allá y yo no puedo descansar, ¿qué no te cansas?, ¿has dejado de disfrutar del sol?, ¿por qué quieres volar en otro lugar?. Yo no puedo seguir así; además, ¡las libélulas son diferentes a las catarinas!. Su amiga le respondió: – es que yo sí quiero ir a a la laguna, claro que me encanta el sol, pero lo que estoy haciendo es entrenar para volar más rápido,  por eso me levanto más temprano y lo veo salir al amanecer, mientras tú estás tomando aire para descamar, yo estoy disfrutando su calor; ¡sí me canso!, pero cuando yo ya terminé, tú apenas empiezas.  

Las catarinas comprendieron que querían cosas diferentes y que eso estaba bien, una debía ser organizada para llegar a la laguna, y la otra quería disfrutar el sol de su prado cada mañana; de lo que sí estaban seguras es de que no podían seguir volando juntas. 

Se despidieron con un fuerte abrazo y dejaron que las mañanas y los días corrieran a diferentes ritmos para ambas. 

El cuento me gusta mucho porque explica que nuestros propósitos pueden ser diferentes a los de quienes nos rodean, también explica que si queremos una meta nos tendremos que organizar para lograrlas; pero lo más importante deja ver que buscar nuestras metas no está peleado con respetar las de los demás. 

Retomando la visión del dragón, a veces necesitamos despegarnos del suelo para encontrar el camino, ¿qué significa eso cuando no tenemos alas? Significa regresar a tu hogar, a tu corazón, a donde empezó todo en primer lugar, significa recordar de dónde venimos y qué aprendimos, significa estudiar y prepararnos porque la visión del futuro no nos la da el sólo seguir el corazón; pero sobre todo, significa abrazar lo que somos mientras no tenemos miedo a lo que podemos llegar a ser. Después de todo, seamos mariposas, dragones o libélulas, de vez en cuando es momento de elevar el vuelo para recordar nuestros propósitos. 

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