El Perdón no Debería de ser Negociable

Todos nos hemos equivocado más de una vez. Los errores que cometemos nos permiten aprender, pero mientras eso sucede, puede que nos estanquemos en el proceso del perdón, tanto el que debemos pedir a los demás y pedir a nosotros mismos. Podemos llegar a ser muy buenos autoflagelándonos y cargando con nuestras culpas y cómo nos sale tan bien, por qué no, también nos culpamos por aquello que hacen o dejan de hacer los demás. 

Me ha tocado sentirme tan culpable por alguna situación, que el sentimiento me paraliza por más tiempo del que quisiera admitir. ¿No es increíble cómo podemos llegar a ser mucho más empáticos con las circunstancias y sentimientos de los demás que con los propios? Es decir, es más probable que perdonemos antes a otros que lo que nos perdonamos a nosotros mismos, pueden pasar años antes de dejar de reprocharnos por desaprovechar alguna oportunidad, por haber lastimado a alguien, por no estar presente, por no dar el ancho, etc. En estos escenarios lidiamos con la culpa y con la auto sentencia, quizá nos sentimos arrepentidos y por un tiempo nos tocará padecerlo, pero si ese periodo se extendiera, y no nos llevara a la tranquilidad, sería bueno tener en cuenta que todo tiene un límite, ¡hasta el pedir perdón! Me encantó la frase de una amiga al respecto: “el perdón es una de las tareas más difíciles para el ser humano”; estoy completamente de acuerdo, pedir perdón o perdonar no siempre es fácil, se requiere humildad, compasión o amor. Al mismo tiempo, lo que sucede alrededor complica la ecuación: muchas veces la culpa hace que pidamos perdón encarecidamente y que la contraparte abuse de eso, como si se convirtiera en una negociación, o que las heridas de los que dañamos se volvieran nuestra responsabilidad. Vale la pena recordar que la vida es tan corta, que no tiene caso arrastrar culpas como cadenas perpetuas; por supuesto que vale la pena reconocer nuestros errores y actuar en consecuencia, pero también es nuestra obligación saber cuándo levantarnos de la mesa y dejar de negociar el perdón de los demás. De cualquier modo, el perdón que más trabajo cuesta es el que necesitamos darnos a nosotros mismos; con tal de prolongarlo, solemos olvidar que no es lo mismo aceptar que conformarse, es decir, al aceptar que nos equivocamos, pensamos que debemos conformarnos porque estamos dispuestos a pagar por nuestras culpas y nos cuesta trabajo entender que aferrarnos puede causarnos ceguera que no nos permite reconocer las opciones que nos van a sacar del círculo vicioso. Me pareció muy poderoso a forma en la que Bob Mande escritor, consultor y conferencista estadounidense, creador del Proyecto Internacional de Autoestima, abordó en tema de los derechos humanos en su libro “El regreso a sí mismo”, en él expresa que “un derecho humano es inútil a menos que un individuo lo exija a través de una elección personal, de la responsabilidad y del compromiso”, me hizo cuestionarme si los seres humanos tenemos el derecho de ser perdonados, pero de lo que no me cabe la menor duda es que tenemos el derecho y la obligación de perdonarnos; el de los demás puede o no darse, pero perdonarnos a nosotros mismos no debería de ser negociable. Si nos cuesta trabajo pensar en individual, podríamos ver al auto perdón como una labor social, me parece que las personas que se aman a sí mismas tienden a ser más empáticos con los demás, así que es una ecuación casi infalible: mientras más compasivos seamos con nosotros, mejor podremos aportar a nuestro entorno.

Retomando que quizá nos aferramos a disculparnos, me pregunto: ¿para qué queremos el perdón de alguien que se resiste a darlo?, no negociemos el perdón, pidámoslo de forma sincera y madura, aprendamos de lo vivido y soltemos la culpa. La pregunta no es ¿por qué no nos perdonan? sino qué nos hemos perdonado nosotros?

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