No hay una sola persona que no quiera ser libre, pero esa libertad que añoramos tiene un precio, ¿estamos dispuestos a pagarlo? La historia del Pirata Bueno me gusta mucho, habla sobre un niño que viene de una familia de piratas, pero a él no le gustaba la idea de robar, así que decidió ser médico; como su familia lo amaba, no se atrevían a decir que no era pirata, simplemente decían que era un “pirata bueno”. Me encanta porque a veces creemos que romper las reglas puede costarnos el amor de las personas que más amamos, y creo firmemente que no es así, es más, estoy convencida de que los que más nos aman nos amarán siendo piratas o médicos, pero somos nosotros los que tenemos que estar dispuestos a pagar el precio.
¿Cuál es el precio? Puede tener muchas caras: no ser nombrados como el resto de nuestra tribu (piratas, abogados, médicos, espos@, madres, padres, novios, etc.), ser visto como la oveja negra o el patito feo (que ya sabemos que ni fue feo, ni tiene de malo ser de otro color), o también puede tener el rostro de ser vistos como radicales, perdidos, raros, locos, rebeldes o hasta tontos. No importa cuál sea, pero la libertad de pensamiento, sentimiento y, por lo tanto, de acción, cobra un precio que no siempre parece valer la pena; me llamó mucho la atención que al intentar documentar este artículo busqué en la web: “el precio de la libertad”, y las primeras búsquedas me arrojaron temas relacionados con la vida en pareja, es decir, la mayoría de los artículos tenían un tinte de pagar el precio de “estar solo”, —sin pareja—, no pude dejar de preguntarme ¿por qué asociamos la libertad a la ausencia o presencia de una pareja?; es como si nuestra libertad no pudiera tener otro vertiente, como por ejemplo la libertad de credo, de expresión, sexual o de sentimientos. Intentaré ser más clara: podemos estar en solitario, —no vivir en pareja— y aun así no ser libres, podemos ser esclavos de las ideas que hay en relación con vivir “solos” y sentirnos mal por ello. Es decir, en realidad da igual si uno vive o no con alguien en el sentido romántico, nuestra libertad va más allá, implica responsabilizarnos de nuestras creencias, significa ser congruentes con ellas y defenderlas ante cualquier persona: amigo, familiar, colega o pareja. Implica estar dispuesto a ser foco de atención por un rato, para luego vivir en consecuencia con nuestras elecciones. No todos los ejemplos que se me ocurren para defender nuestra libertad son extremadamente profundos, la libertad se defiende todos los días, lo hacemos cuando elegimos defender lo que amamos, lo que nos gusta, al ser amables con el que nos cae mal, hacer el bien en lugar del mal, cuando somos pacientes con nuestros hijos a pesar de quererlos matar, o cuando levantamos la voz ante una injusticia. Claro que puede ser mucho más radical también, puede significar divorciarnos, mudarnos, alejarnos de amigos, familia o conocidos tóxicos, etc.; pero mi punto es que la libertad tiene un precio y no siempre queremos pagarlo. Por ejemplo, tengo muchas amigas que aman su vida de ama de casa, pero no se sienten libres en lo económico, el precio a pagar podría tener muchas vertientes: trabajar, poner un negocio o negociar un salario por lo que se hace en casa, pero no queremos dejar a los hijos, arriesgar el patrimonio o parecer interesadas; no solo nos pasa a nosotras, todo el mundo libra una batalla entre la libertad que anhela y la realidad que vive; quien tiene un trabajo quiere dejarlo para ser independiente, pero no quiere pagar el precio de dejar de recibir un salario fijo; y así, como todo en la vida, elegir cobra un precio y son esas elecciones las que nos cobran la factura que de pronto nos parecen demasiado caras.
Otro asunto con la libertad, es que una vez que la tenemos, hay que estar dispuestos a mantenerla; es decir, la libertad implica responsabilidad, y seamos francos, muchas veces no queremos hacernos responsables de lo que somos, decimos o sentimos. Para mí la libertad es creer firmemente en mis propios recursos internos y abrazar el cambio si es necesario; implica enfrentar mis miedos y explorar lo que en cada momento me parece explorable. Sin embargo, siempre he tenido miedo y sigo siendo presa de mis pensamientos limitantes y boicoteadores; he descubierto que defender mi libertad no siempre fue una prioridad y estoy consciente de que muchas veces la confundí con salir de antro, llegar muy tarde y viajar sin permiso; en realidad, la libertad es tomar al toro por los cuernos y hacerle frente a nuestras propias reglas, no a las de los demás. La historia conocida del ave encerrada a la que le abren la jaula y no quiere volar, es un ejemplo de cómo es que todos queremos libertad, pero no estamos dispuestos a salir del espacio conocido para obtenerla.
Volviendo a nuestro amigo doctor, que no quería ser pirata, pienso en las noches de desvelo que le debieron haber causado los ojos de crítica, las palabras “bien intencionadas” de amigos y familiares que lo animaban a ser lo mismo que ellos habían sido; en las relaciones que perdió por no usar sombrero de ala ancha, o en las reuniones de las que ya se quería ir porque solo hablaban de robar y tomar ron. Me imagino la presión que sintió y afirmo que todos la sentimos, en mayor o menor medida nos aterra salirnos del molde, sea cual sea. La pregunta no es si podemos o no ser los suficientemente valientes para ser libres, sino ¿qué tipo de vida tendremos si no nos atrevemos a defender lo único que es verdaderamente nuestro?