Bugambilias: lección de superación y crecimiento

La bugambilia

Recientemente sembré bugambilias en mi jardín. No es que sea muy fan, de hecho todo lo contrario; las encuentro tan comunes que ni su clara resiliencia logran convencerme de su encanto; tan es así que no había reparado en que si están por todos lados, es porque resisten tanto  los climas calurosos como los fríos inviernos. Si le pones atención, notarás que las bugambilias están en todos lados, en todas las estaciones y que las hay de varios colores. Las bugambilias que tengo sembradas en mi casa son de color rosa intenso.

Las bugambilias llegaron a mi jardín

Fue como un acto de amor a mi esposo. Estábamos buscando un poco de color y él insistió en esa flor; no muy entusiasmada, escogí una enredadera, porque támbien te puedes encontrar a las bugambilias en árbol. Nuestro jardinero las sembró y con toda seriedad, tal como si se tratara del diagnóstico a un paciente, me dijo que había que cortar las ramas que salieran a los lados,:“la energía debe enfocarse en ir hacia arriba” me dijo. Admito que me conmovió la formalidad y entusiasmo con la que habló de las flores y pensé que jamás me hubiera imaginado esa sensibilidad en un hombre con su pinta: de altura media, muy serio y con la expresión de pocos amigos que para nada coincide con ese ser humano hablando de la energía y la fuerza de las bugambilias mientras por primera vez me miraba sonriendo. Obviamente, al principio le hice caso, obedecí fervientemente y corté un par de veces esas ramitas impertinentes que querían dominar el juego de salirse por los lados en lugar de ir hacia arriba, y hasta me compré guantes y canasta para verme como una profesional.  Con el paso de las semanas admito que fui perdiendo entusiasmo y deje crecer a las bugambilias sin ton ni son, en mi defensa, también la locura de las ramas creciendo para todos lados se veía hermosa.

Un buen día mi esposo me hizo notar que no estaban creciendo; pensé que exageraba, pero pasando unas semanas fue muy evidente: las bugambilias no crecían e incluso las pocas flores que habían brotado eran cosa del pasado; lo peor era que las mini-hojas parecían haber sido mordidas por gusanos. Al ser una neófita al respecto, pensé que no había manera de salvarlas, se veían secas y muy muy mordidas por todos lados; sin embargo, el jardinero me dijo que no era grave, que simplemente necesitaban agua con jabón, “es una plaga, pero se recuperarán” Estaba muy cerca la Navidad y tuve mucho que hacer, rocié el agua con jabón con un tanto de desdén y poca fe, y me ocupé de mis otros huéspedes. 

Dale tiempo a la naturaleza

Una mañana, precisamente en el frío invierno de enero, salí a caminar y como si las bugambilias me llamara, me detuve a observarlas, no eran muy evidentes, pero en algunas de sus ramas, por aquí y por allá, brotaban unas hojitas muy pequeñitas; no cabía la menor duda, ¡se había recuperado! No pude dejar de relacionarlo conmigo misma y con los muchos momentos en los que nos sentimos rotos, tristes o derrotados, sin ganas de andar mostrando flores. Recordé cuantas veces atravesamos momentos que parecen nunca terminar, nos inunda la tristeza, el miedo o la desesperanza y parecen abismos sin fondo. Mientras caminaba entre la neblina recordé cuantas batallas he librado, cuánto me han enseñado; quizá lo más significativo fue apreciar que aun cuando las bugambilias parecían muertas, ¡no lo estaban! Simplemente no estaba en su mejor momento. Pensé en que no siempre podemos vernos como somos por dentro, a veces nos mostramos oscuros simplemente porque no estamos en un buen momento; pero nuestro interior es fuerte, es bello, tiene vida y solo es cuestión de tiempo para que nos recuperemos y vuelvan a brotar bellas flores en nuestras ramas. Se llama mostrarnos vulnerables y cuánto trabajo nos cuesta hacerlo. Sin embargo, las bugambilias no lo hicieron solas, necesitaron que alguien las sembrara, la regara, las lavara con agua y jabón cuando hizo falta y que no las arrancaran simplemente porque no se veían hermosas. Nosotros somos como ellas, no nacimos ni crecimos de la nada, nuestro entorno puede potenciarnos o hasta matarnos (literal o simbólicamente). Me quedé admirando su belleza por varias semanas y reflexioné sobre que el tiempo todo lo cura. Simplemente, es que muchas veces no queremos darnos tiempo, tiempo para sanar, para encontrarnos nuevamente (o incluso por primera vez), tiempo para que las relaciones florezcan o sanen, para que nuestros hijos vayan a su propio ritmo o para que nosotros encontremos la paz que nos da la madurez. ¡Lo queremos todo ya!, todo rápido y por eso no nos damos cuenta cuando eso que tanto queríamos que llegara, por fin llega.

Las bugambilias necesitaron de la sabiduría del jardinero, de mi paciencia para no arrancarlas y del tiempo que su propia naturaleza demandaba. Seguramente ella no anduvieron viendo si las otras bugambilias ya habían florecido; me las imagino por dentro librando sus propias batallas, haciendo uso de su fuerza y de ese espíritu que nos permite renacer cuando menos pensábamos que podíamos; las visualicé dejándose cuidar porque no pueden hacer otra cosa y no lo pueden hacer ellas solas; me las imaginé simplemente siendo cada día más fuerte aunque nadie más pudiera notarlo.

¡Cuántas lecciones me trajeron las Bugambilia!, y ¡cuánto valoro hoy sus flores cuando las muestran! 

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