¿Se puede Curar un Corazón Roto?

Cuando se nos rompe el corazón parece que literal nos vamos a morir. Así como el amor nos puede hacer volar, cuando nos muestra su peor cara nos deja sin armas por un rato porque a veces perder a la persona amada puede dolernos tanto, que quizá quede una ligera o profunda cicatriz, la buena noticia es que ¡nada dura para siempre, ni siquiera un corazón roto!.

Recientemente escribí el artículo: A Veces el Amor Baila a Destiempo, me impresionó la respuesta que tuvo, pero la cereza del pastel fue recibir comentarios de amigas y amigos que bailan en solitario ya sea porque así lo decidieron, o porque sufrieron de una especie de traición. Esto me llevó a pensar en el “limbo” que vivimos una vez que terminamos una relación amorosa; lo que quiero decir es que el espacio entre la ruptura y la sanación puede ser tan confusa y dolorosa como los motivos de la separación, incluso a veces nos cuesta trabajo recordar qué fue lo que nos hizo terminar en primer lugar, y además, los buenos momentos brincan con machete en mano para hacernos pedacitos. En otros casos no hay confusión, los motivos son tan claros como el agua, pero aún así nos sentimos perdidos. Podemos lidiar tan mal con ello, que puede que de pronto ese camino que teníamos trazado con tanta claridad se difumine; no es que estemos locos o seamos débiles, es pura ciencia. Stephanie Ortigue, neuropsicóloga de la Universidad de Syracuse, especialista en ciencia cognoscitiva, electrodinámica cerebral y relaciones interpersonales afirma que «enamorarse apasionadamente es algo que va mucho más allá de un sentimiento. No se trata únicamente de un instinto básico, es un proceso cognitivo, intelectual y sofisticado», por otro lado, John Cacioppo, quien fue director del Centro para la Neurociencia Cognitiva y Social de la Universidad de Chicago en EE.UU y estudió los efectos de la soledad y las relaciones interpersonales, señaló que “fuimos diseñados para establecer lazos y es muy hiriente que estos se rompan porque la persona en quien confiaste y en quien creíste te falló». Todo aquel que ha sufrido una desilusión amorosa sabe del insomnio, del aislamiento, del dolor o del enojo que provoca la separación. Y es que no se trata nada más de que se extrañe a esa persona, sino que acompañamos dicha realidad con dudas existenciales sobre nosotros mismos: ¿hicimos algo malo?, ¿debimos hacer eso o aquello?, ¿no dimos lo suficiente?, ¿nos marcará para siempre?; cada pregunta viene cargada del miedo, la culpa, la tristeza o la desilusión y pareciera que la llaga ya no tiene que ver con la otra persona, sino con nosotros mismos.

Para colmo de males, parece que todo el mundo sabe perfectamente qué debemos hacer y sentir; nos llegan afirmaciones condescendientes sobre cuándo dejará de doler y cómo debemos actuar. ¡Qué falta de empatía! Habría que tener en cuenta que otro de los sentimientos que suelen acompañar a las rupturas es la vergüenza; quizá soportamos de más o tomamos pésimas decisiones en pro de conservar el lazo, por lo que solemos alejarnos de nuestros grupos sociales para no dar explicaciones que ni nosotros tenemos; de pronto nos encontramos en un círculo vicioso del que no sabemos como salir. No cabe duda que necesitamos tiempo y espacio, pero no es suficiente…un buen día tendremos que levantarnos y hacernos responsables de nuestra sanación. Hay que aceptar que, haya pasado lo que haya pasado, por lo motivos que fueran, el hubiera no existe. Es nuestra obligación buscar ayuda, retomar un viejo proyecto, acercarnos a la familia o a los amigos, meditar, correr, nadar, bailar, leer, ir a terapia, ponernos metas…lo que sea que nos funcione; para que un día podamos afirmar con certeza que aprendimos de ello; porque por inverosímil que parezca, sí sobreviviremos, y no solo eso, también volveremos a amar. Tal como lo entonó Gloria Gaynor en su famosa “I Will Survive”:

Oh no, not I! I will survive!Oh, as long as I know how to loveI know I’ll stay alive!I’ve got all my life to liveI’ve got all my love to giveAnd I’ll survive! I will survive!Oh, siempre y cuando yo sepa cómo amar¡Sé que seguiré con vida!Tengo toda mi vida que vivirTengo todo mi amor para darY sobreviviré. ¡Sobreviviré!

No puedo estar más de acuerdo, “tenemos mucho amor que dar, tenemos toda una vida por vivir”, así que si nos sentimos rotos, visualicémonos como un lobo herido que al principio busca una sombra alejada para lamer sus heridas, pero una mañana se levanta, da un paseo en solitario para luego olfatear a la manada y seguir corriendo.  
No se ha vuelto más débil, al contrario, se encuentra más sabio y fuerte que nunca; así es nuestro corazón, puede sufrir grandes heridas, soportar dolorosas pérdidas y aún así, seguir latiendo.

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