Papito chulo:
Te escribo esta carta con gran emoción. Me regocija usar este medio para expresarte cuánto te amo. Desde niña tengo clara la fuerte presencia que representas en mi vida, pero ahora que soy una adulta me queda claro y elijo que ese vínculo sea mucho más que biológico. Sobra decir que la química entre nosotros tiene todo que ver con que nos parecemos mucho, tengo tanto de tí, que a veces hasta miedo me da cometer los mismos errores.
Una cosa está clara: el amor no exime a ninguna relación de necesitar ajustes y reacomodos. La nuestra se ha tenido que ir transformando y modificando una y otra vez. Pero si tuviera que resumir en una palabra cuál define nuestro vínculo me quedaría con aceptación. La aceptación no significa estar de acuerdo en todo, sino respetar y valorar las cualidades y elecciones del otro, incluso cuando no las entendemos completamente. Aceptarte a ti, con todas tus virtudes y tus defectos, ha sido uno de los retos más grandes que mi corazón ha enfrentado; de ti aprendí que el amor es imperfecto y eso no lo hace menos fuerte. Si pudiera regresar el tiempo y “elegir” de nuevo a mi papá, sin duda te elegiría ti, pero debo admitir que me gusta éste nuevo tú; eso no significa que el novato papá de 19 años no me trajera felicidad, amor y momentos increíbles, de ese jóven intrépido, inquieto y valiente aprendí a bucear, repeler, manejar motos, carros y camiones; ese mismo personaje le enseñó a mis amigos a subir una montaña, a acampar y brincar en bicicleta sobre las rampas en la calle; sobre todo aprendí a vivir sin miedo. ¡Claro que me quedaría con eso!, pero a la distancia, y como si se pudiera hacer listados de peticiones, agregaría tu actual paciencia, un ego ya apaciguado, menos grupos sociales y muchas (muchas) menos de ganar una discusión. Ojalá mis hermanos y yo hubiéramos tenido más de ese papá que no tienes prisa por imponerse, que no quiere demostrar que sabe más (excepto en la rutas de viaje y los juegos de mesa), que me cede la pala del bacalao y que ahora está dispuesto sentarse a demenuzarlo; ojalá hubiéramos disfrutado antes de este hombre que acepta que sus hijos son diferentes y que es lo suficientemente inteligente como para saber tratarnos diferente y que aún así, no pierde su esencia. Pero el hubiera no existe, y siendo justos, eras muy muy jóven e hiciste lo que pudiste. Ahora que soy mamá lo entiendo: damos lo que tenemos y hacemos con eso lo que podemos. Siempre me he quedado con lo bello, ¡que fue mucho!. Me pregunto ¿qué te habría hecho ser más consciente? y no me lo pregunto desde la crítica o el juicio, sino desde un enorme y profundo deseo de responder la misma pregunta hacia mí misma: ¿cómo podemos ser todos más conscientes de todos y lastimarnos menos?
En el aquí y en el ahora, amo verte abrazar a sus nietos, me conmueve que les hables por teléfono y les cuentes de física, filosofía y canciones aburridas. Adoro como hoy; me llena de amor como me escuchas y me acompañas en el día a día; me reconforta saber que contigo puedo ser tal como soy: emocional y racional, atinada y errónea, firme y dudosa, lo que sea se vale; no me pasa ni por un momento la idea tener que “adecuarme” a tu molde para sentirme amada o aceptada. Estando junto a ti me siento muy cómoda conmigo misma, no porque siempre me des la razón, es porque siempre me escuchas, pero sobre todo, porque siempre me acompañas. Creo que en eso se centra todo: me sigues acompañando; así como me llevaste a comprar al salón de belleza para ir a mi primera salida a la plaza con mis amigas, igualito que sentantaste junto a mi cuando me arrepentí de decirle a un amigo que sí quería ser su novia; o cuando me llevaste a tomar fotos para mi revista después de un huracán, o cuando corriste junto a mi en mi etapa de corredora o te inscribiste a mi taller en línea ahora como maestra de Yoga.. Son tantos y tantos momentos de estar para mí, que ésa es la lección más importante que me has enseñado: para que una relación funcione hay que acompañar, no sólo estar.
Te amo con todo mi corazón.