¿Cómo sabes que algo se ha terminado?

Se ha terminado el 2024 y antes de saber qué querrás en el 2025, sería interesante plantearse ¿qué necesitamos soltar del 2024?. Sí, pensar en lo que no pasó, en lo que pensamos que sería y no fue, en todo  lo que no estuvo en nuestro control y fue diferente a lo que esperábamos, porque saber cuando se ha terminado algo nos permite partir desde la realidad.

La pregunta aplica para todo: para relaciones personales, para una etapa en tu vida, para una pasión que te movía e incluso para esos pensamientos que debemos replantearnos. Si lo piensas bien el cuestionamiento es más complejo de lo que parece, porque a nuestra mente le cuesta salir de lo que conoce, así que debemos hacer un esfuerzo para reconstruir lo que sí nos funciona vs lo que ya no. Si se trata del calendario, ¡qué fácil es saber cuándo empieza y termina el año!; pero todos sabemos que el tiempo es relativo, eso de las fechas es un mero intento del hombre por controlar sus propios ritmos; pero cuando se trata de identificar las líneas del principio y el fin de cosas que hacemos o pensamos, o de sentimientos que tuvimos y ya no están, ese concretismo es bastante más difuso. Supongo que básicamente se trata de soltar la expectativa de lo que no fue, ¿pero cómo?

 La ilusión del control es una de las razones por las que soltar nuestras expectativas resulta tan difícil, sí eso del control es una ilusión porque en realidad, prácticamente nada está en nuestras manos.  Te pongo un ejemplo, Marco Aurelio, además de ser emperador, fue un filósofo estoico dedicado. “Controlaba” a su regimiento pero no el resultado del futuro. Durante sus campañas militares, especialmente en las guerras contra las tribus germánicas, escribió estas meditaciones como ejercicios espirituales para fortalecer su carácter y liderazgo. Quizá fue la guerra lo que lo hizo plantearse la brevedad de la vida y transitoriedad, es decir, que todo es breve y que cambiante. Para comprender mejor qué tiene que ver esto con nosotros, resulta útil saber que el estoicismo se centra en cómo las personas pueden vivir una vida virtuosa en armonía con la naturaleza, enfrentando la adversidad con serenidad y aceptando los eventos que están fuera de su control. Justo de esto se trata la resolución del conflicto interno: aceptar los eventos que están fuera de nuestro control, por lo que si el 2024 no trajo lo que buscamos, nos quitó personas, proyectos o cosas que queríamos, o incluso nos sacudió con la incertidumbre, no podemos hacer nada al respecto salvo reconocer si eso que se fue llegó a su fin. 

Además de la ilusión del control,  la nostalgia nos aferra a eso que fue y ya no es. A todos nos pasa, vamos por la vida queriendo sentir lo que una vez sentimos, pero la verdad es que todo, absolutamente todo, se siente diferente con el paso del tiempo; desde el trabajo hasta la vida privada se vive diferente a la distancia, por eso es otra ilusión pretender sentir lo mismo, vivir lo mismo, esperar lo mismo. Si como dice Marco Aurelio, todo es breve y transitorio, no nos queda más remedio que aceptar el cambio y soltar las expectativas y las ilusiones de control y nostalgia. Los mismos estoicos nos mostraron una forma de hacerlo: nos invitan a cultivar la apátheia (Imperturbabilidad). La apátheia no significa falta de emociones, sino ausencia de perturbaciones emocionales. Es la capacidad de mantener la calma y el equilibrio emocional frente a las adversidades. Tiene sentido, porque si bien es cierto que solemos decir que estamos abiertos a los cambios, resulta que solemos ver los principios y finales no esperados como adversidades. 

Helena, el personaje de el cuento que te ralataré me ayudará a explicarme mejor.

El Último Invierno de Helena

Cuento

Helena miraba por la ventana de su apartamento en la ciudad. El invierno había llegado, y la primera nieve cubría los techos y las calles con un manto blanco. Había algo diferente en esa temporada, algo que le recordaba que el fin del año no era solo una fecha en el calendario. Era también el fin de algo más profundo: de una etapa de su vida, de un sueño que ya no resonaba con su corazón.

Durante años, Helena había soñado con abrir un café literario. Había reunido ideas, planos y hasta nombres para el lugar. Sin embargo, los meses pasaron y luego los años, y la vida, siempre impredecible, le trajo nuevos retos: un divorcio que nunca vio venir, un cambio de ciudad por trabajo y una pandemia que pausó los sueños de tantos.

En el 2024, finalmente se dio cuenta de que el café literario ya no era un sueño, sino una carga. Cada vez que pensaba en él, no sentía la misma pasión que una vez la había impulsado. En su lugar, sentía nostalgia por la mujer que solía ser, por los sueños que había tenido y por la versión de su vida que nunca se materializó. ¿Y si eso estaba bien? Recordó un fragmento de Meditaciones de Marco Aurelio que había leído meses atrás: “Acepta lo que el destino te da y ama lo que llega, porque todo es breve y cambiante”. La resistencia a dejar ir el sueño del café literario no era porque aún lo quisiera, sino porque temía aceptar que ya no era la misma mujer que lo había deseado.

Una tarde de diciembre, mientras caminaba por un parque cubierto de nieve, Helena se sentó en una banca. Sacó de su bolso una libreta donde había anotado planes y sueños a lo largo de los años. Hojeó las páginas, deteniéndose en las notas sobre el café literario: los colores de las paredes, las recetas de los pasteles, la música de fondo. Sonrió. Había sido un sueño hermoso, pero ya no se sentía igual. Había llegado el momento de ponerle fin. En un gesto simbólico, Helena cerró la libreta y la dejó sobre la banca, sabiendo que pronto la nieve cubriría esas páginas como el tiempo había cubierto su pasado. Caminó hacia su casa con el corazón más ligero, como si hubiera soltado un peso que llevaba mucho tiempo cargando.

Esa noche, mientras miraba la nieve caer, sintió una paz que no había sentido en mucho tiempo. Por primera vez notó que dejar atrás el ideal del café la dejaba aturdida, sin saber entonces a hacia donde dirigir sus pensamientos y acciones porque a veces al vacío de no saber nos hace seguir sin estar plenos donde estamos. Helena no sabía qué nuevos sueños nacerían en su corazón y eso la desconcertaba. Lo único que estaba claro  es que había terminado una etapa y, con ello, había creado espacio para nuevas posibilidades. El invierno, como el final del año, no era únicamente el  fin, sino también el comienzo de algo nuevo.

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¿Cómo saber que algo se ha terminado? No siempre está claro. Simplemente escucha. Escucha el silencio, escucha la paz o el contento y escucha el sonido del final como una oportunidad y no como una pérdida. Escucha y confía.

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