Partiendo de la base de que todos somos diferentes y de que nadie tiene la verdad absoluta, me pregunto ¿porqué nos rodeamos de gente difícil habiendo tantas opciones en el mundo. Según estimaciones recientes de las Naciones Unidas, la población mundial en 2024 supera los 8,000 millones de personas; ¿en serio, creemos que no tenemos más opciones?
Me lo pregunto desde la certeza de que también debo parecerle difícil a muchas personas, por eso, coincido con el dicho popular de “Dios los hace y ellos se juntan”, porque lo que señala es la afinidad entre personas similares y creo que si nos pareciera tan importante el cómo seremos juzgados si elegimos en lugar de simplemente tener que estar, nuestro entorno sería más nutrido. Desde una perspectiva científica, la afinidad hacia personas similares tiene raíces en la psicología evolutiva. Los humanos tienden a buscar grupos donde se sientan seguros, un fenómeno conocido como «homofilia», que describe nuestra preferencia por relacionarnos con quienes comparten nuestras creencias, valores o características. Según un estudio publicado en Nature Human Behaviour (2018), esta tendencia no solo facilita la cohesión social, sino que también refuerza la identidad personal, aunque a menudo limita la diversidad de nuestras interacciones.
Por otro lado, también es cierto que si queremos crecer es importante tener cerca personas diferentes a nosotros. Friedrich Nietzsche proponía que «el verdadero espíritu libre busca a los diferentes, no a los iguales, porque en la diferencia está el desafío y el crecimiento». Su idea resalta la importancia de exponernos a perspectivas que incomoden y amplíen nuestra comprensión del mundo. Nietzsche criticaba la tendencia humana a buscar validación y seguridad en la homogeneidad. Para él, vivir en un entorno de iguales perpetúa una mentalidad de masas que sofoca la creatividad y el pensamiento independiente.
Pero no es lo diferente a lo que decido rehuir; es lo difícil, a lo complicado, al drama, al conflicto, a la competencia y específicamente al deseo de tener la razón. Ahí sí estoy segura que ya no quepo. Porque si de dificultades hablamos, abundan en el mundo: refugiados de guerra en campos de desplazados, activistas de distintas ideologías, miembros de grupos de apoyo como Alcohólicos Anónimos, pacientes y sus cuidadores, minorías religiosas o étnicas perseguidas, personas sin hogar, maestros y niños en áreas remotas, etc.. Estos sí son casos donde la dificultad no es una elección. Del tipo de dificultad al que yo me refiero no es la que promueve la resiliencia, fortaleza o empatía. Hablo más bien de la presión social que nos lleva a permanecer en lugares, relaciones o entornos que no nos nutren, donde nuestra presencia se convierte en un acto de desgaste más que de enriquecimiento. Es esa clase de dificultad —la elegida por conveniencia, costumbre o miedo— la que debemos cuestionar con más valentía
En un mundo lleno de opciones, quizá sea hora de elegir conscientemente. Rodearnos de quienes nos retan desde la diversidad y no desde el drama, de quienes nos invitan a crecer sin imponernos una batalla constante por tener la razón. Porque al final del día, lo que cuenta no es simplemente soportar lo difícil, sino encontrar aquello que nos inspira a ser mejores. Ahora bien, la ecuación se complica cuando eso “difícil” esta muy cerca, en nuestras parejas, familiares y amigos; ahí sí es complicado marcar distancia. Entran conceptos como el agradecimiento, la lealtad o el amor que complican radicalmente el simplemente hacerse a un lado; por eso, afortunadamente podemos poner límites, quizá no se trate de alejarnos, sino de aprender a manejar los límites con claridad. Al final, la vida también se trata de eso: de saber escoger las batallas. Aún así, desde un enfoque sociológico, Pierre Bourdieu introduce el concepto de «capital social», que explica cómo nuestras conexiones influyen en nuestra capacidad para enfrentar adversidades. Las redes sociales y comunitarias fuertes son una fuente de apoyo crucial en contextos extremos, pero también pueden convertirse en un lastre cuando las relaciones son tóxicas o disfuncionales.
Me propondré tratar de recordar que no estamos protagonizando una telenovela o película dramática; no hay tal cosa como “puntos extras” por rodearnos de gente tóxica, por cercana que éste sea, y buscaré hacer mejores elecciones, incluso si éstas requieren poner ciertos límites´.