La voz interior es aquello que nos hace saber cuando no estamos en el lugar correcto. Lamentablemente la callamos con demasiada frecuencia o nos dejamos llevar por lo que los demás creen que debería decir.
Hace un par de días escuchaba sobre dar o recibir consejos, me pareció iluminador darme cuenta que un consejo es una opinión, parece absurdo, pero no había pensado en eso. Me considero una persona abierta a recibirlos y aunque no me encante admitirlo, parece que me gusta más darlos; sin embargo, me he cachado “aportando” opiniones cuando no se me pide, en especial con mis hijos. Me pregunto, si en una conversación con otra persona ésta me hace un comentario y sin más le respondo lo que debió hacer o decir, seguramente no tendría amigos. Después de todo ¿quién quiere hablar con un “sabelotodo” que no escucha? En consecuencia me impuse el propósito de tener conversaciones más respetuosas con mis hijos y en general con los demás.
La reflexión sobre los consejos me llevó a pensar sobre cuál ha sido el más difícil de seguir, me quedo con “Que nada apague tu voz interior”, y es que si lo piensas, es un tanto difícil no acallarla; es la que te salva de momentos o personas dañinas, pero también es esa misma que a veces te hace actuar contra corriente, la que te alejará del statu quo y aunque ahora el mundo parece estar de acuerdo en que está bien desafiarlo, en la práctica no es tan sencillo; y es que resulta que esa “zona de confort” puede tener la cara de tu peor hábito, pareja o trabajo. También es eso que te puede estar diciendo que has pasado demasiado tiempo haciendo lo que no pensabas hacer o te puede susurrar que estás siendo otra persona, aquella a la que juraste nunca parecerte. En definitiva me parece que seguir la voz interior lleva tiempo y valor; requiere que te conozcas y quizá ahí empieza el problema. Por otro lado, tampoco es que uno lo sepa todo, entonces, ¿dónde está la línea?, ¿qué nos hace humildes y no fieles seguidores?, ¿qué diferencia la necedad de la tenacidad? Ciertas personas parecen tenerlo claro, en su libro Becoming, Michelle Obama comparte que su tutora de la preparatoria le dijo que “no estaba segura que fuera materia de Princeton” (la que terminó siendo su Alma Mater). Supongo que en el fondo sí sabemos y somos capaces de distinguir cuando nuestro ego habla por nosotros, pero no queremos cambiar de rumbo; también sabemos cuándo esa relación, trabajo, proyecto o plan, no nos hace sentido; y sobre todo, sabemos cuándo somos capaces pero no nos hemos atrevido; sólo que en ocasiones resulta más cómodo ignorar.
Intento reconocer algunas señales de cuando mi voz interior quiere hablar y me encuentro con ganas de acallarla:
• Tengo un plan que es difícil de explicar a los demás. A veces esto me ha hecho pensar que no es factible.
• Alguna persona a quien le platico un proyecto me pregunta ¿y para qué? Al no tener una respuesta clara, empiezo a dudar que valga la pena.
• Mucha gente hace lo mismo. Me entran las dudas sobre ¿porqué mi aportación sería valiosa?
• No soy experta. En este mundo de amplias especializaciones pareciera que si uno no es experto no tiene cabida.
Seguramente a veces hay que dejar escuchar a nuestra voz interior para terminar admitiendo que tenía razón, es parte de aprender, pero creo que si lográramos silenciar el ruido externo, nos concentramos en lo que nos dice nuestra intuición, quizá conservaríamos la pasión que tuvimos, por fin tomaríamos ese viaje, haríamos esa llamada, o nos inscribiríamos en algún curso. Me parece que el mundo le pertenece a los que han encontrado la justa medida entre saber escuchar y escucharse a sí mismos.