Basta de querer ser la super woman

super woman, es algo que todas las mujeres hemos soñado ser para alcanzar todas nuestras metas, sin importar que tipo de metas sean, es algo que todas las mujeres hemos querido, pero muchas veces no alcanzamos a lograr. Existen muchas razones por las que las mujeres no florecemos en el mundo profesional. Muchas de ellas están completamente ligadas a la inequidad de género, tales como la inequidad en el hogar, en los salarios, en las oportunidades, o incluso en los derechos básicos como la educación o la atención médica. Sin embargo, poco se habla de los frenos que nos imponemos como resultado de querer ser las «super woman»; como madre de 3 hijos, esposa, hija, hermana, maestra, profesionista, etc., he identificado 3 razones por las que las mujeres nos complicamos aún más la difícil tarea de abordar diversos roles: no sabemos decir que no, no pedimos ayuda y no trabajamos en nuestra inteligencia emocional.

Es paradójico comparar los diversos estudios al respecto que indican que las mujeres tenemos una capacidad mayor de expresar nuestras emociones en comparación con los hombres, con el hecho de que nos tomamos todo mucho más personal o no sabemos separar las relaciones interpersonales que tenemos alrededor de nuestra vida profesional. Por ejemplo, a veces no sabemos separar que nuestra amiga nos cuente sus problemas con lo que ella debe cumplir en el trabajo. Para colmo de males, si decidimos tomar el camino de exigir, se nos censura por ser frías o insensibles. Desde mi punto de vista, nos enredamos en un manojo de ideas preconcebidas sobre la feminidad y nuestras propias expectativas porque no trabajamos en nuestra inteligencia emocional. No tiene nada de malo saber separar las relaciones que nos rodean, ni tampoco somos frías o calculadoras por buscar altos estándares en nuestros trabajos o familias; pero se nos complica encontrar el punto medio y sentirnos bien con ello. Evidentemente, siempre hay excepciones, pero he sido testigo y también soy claro ejemplo de que, en general, las mujeres nos tomamos el asunto mucho más personal. En mi experiencia dirigiendo grupos de altos directivos masculinos, éstos no tienen empacho en decir que no están de acuerdo, en reclamarse si el trabajo no está hecho o en imponerse cuando se debe hacer; y aún así se van juntos a tomarse una chela; ¿por qué pasa eso?, pienso que es porque saben separar. Es un hecho que el mundo necesita la sensibilidad y la visión femenina en todos los ámbitos, el problema es que normalizamos el estereotipo de feminismo con docilidad y satanizamos la imagen del éxito ligado a la masculinidad. En nuestra defensa, definitivamente los hombres la tienen más fácil, pero también es verdad que ellos no se toman personal lo que implica su trabajo, es decir, a algunas de nosotras nos molesta que si le contamos a nuestra colega nuestros problemas, ella aún así nos exija, nos incomoda que se ponga en la mesa que llegamos tarde cuando ya explicamos que fue por dar de desayunar; nos parece ridículo que no se nos comprenda cuando estamos haciendo nuestro máximo esfuerzo por cumplir con los roles que nos hemos impuesto; y es que para nada es fácil, pero creo que existen otras dos razones por las que nos las complicamos aún más:

Basta de querer ser la super woman. Nuestro ímpetu por ser las super mujeres nos impide decirles que no a nuestros hijos o parejas, a nuestra familia, jefes o a nuestros colegas. Queremos todo, pero no estamos dispuestas a pagar el precio de no complacer a todo el mundo; si nos invitan a un nuevo proyecto decimos que sí, aún sabiendo que en cuanto tengamos que escoger, elegiremos a nuestra familia; o al revés, si elegimos a nuestro trabajo, no queremos ser madres, hijas o esposas que no acudan a los festivales y ceremonias escolares; básicamente queremos complacer a todo el mundo, así que no ponemos límites para los deseos de los demás; nos rompemos en mil pedazos para no quedar mal y el resultado es que nos convertimos en un manojo de nervios que explota en cualquier momento (lo que demuestra que no trabajamos en nuestra inteligencia emocional). No es magia, ni somos super poderosas, la única manera es no hacer las cosas solas, pero no pedimos ayuda; en nuestras casas consentimos a los hijos o no involucramos a los familiares o parejas; no los involucramos en tareas como cocinar, tender las camas o lavar su ropa, así que el día que no llega la muchacha, la casa es un campo minado. Lo mismo con el super, la comida, la tintorería, los doctores, las tareas, el banco, la papelería, o cualquier cosa que “dependa” de nosotras. Fuera de casa no es diferente; por 10 años dirigí al grupo de trabajo más numeroso en mujeres que me había tocado hasta entonces; -de las 110 miembros del equipo, únicamente 10 eran hombres-; el común denominador era que no se pedían ayuda o no admitían que no sabían hacer cierta cosa, aún cuando mi labor era capacitarlas. Tomó tiempo que se sintieran cómodas admitiendo “no sé cómo, no entendí, no puedo sola”. Recordémonos mutuamente que pedir ayuda no es sinónimo de debilidad, al contrario, es una muestra de inteligencia, porque significa admitir que no lo sabemos todo y que no podemos con todo; al final de cuentas, nuestros recursos (tiempo, dinero, paciencia, experiencia, conocimientos, etc) son limitados; por muy abundantes que éstos sean, todos los recursos tienen límites, admitirlo no sólo es liberador, sino que nos permite ampliar infinitamente nuestros horizontes.

Que quede claro que jamás abogaré por parecernos a los hombres, somos excepcionales, por eso precisamente creo que debemos llamar las cosas por su nombre: ser sensibles, empáticas, humanistas, femeninas, etc., no tendría por qué estar peleado con ser exigentes con nosotras mismas o con nuestros entornos. Si crees que no tengo razón, pregúntale a cualquier mujer que haya alcanzado las grandes ligas y te dirá que tuvo que pagar el precio de ser etiquetada de insensible, mala o hasta inhumana; la razón: a los hombres se les permite verse menos lindos y nosotras no queremos ser tachadas así. También pregúntale si lo hizo sola y te dirá que no y por último pregúntale si tiene empacho en decir que no; la respuesta será simple: no tiene empacho.

Afortunadamente, las cosas han cambiado, más mujeres levantamos la voz para pedir ayuda, decir que no y trabajamos en nuestra inteligencia emocional, también afortunadamente, la vida profesional se conectó a la familia como consecuencia del trabajo en casa producto del COVID, y también afortunadamente cada vez está más roto el mito de que el liderazgo el éxito debe ser duro e inhumano; pero es necesario poner alto a la confusión que causa en nuestras mentes y corazones que queramos alcanzar metas profesionales cada vez más altas, pero no nos atrevemos a dejar de ponernos frenos intentando ser las superwoman. 

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