Crónica de una Noche en la Sierra de Oaxaca. Parte 1

A mediados de diciembre del 2020, emprendí un viaje a la Sierra de Oaxaca con mi amiga Ale. Nuestro objetivo era llegar a una comunidad a 6 horas de la Ciudad de Oaxaca, dormir dos noches y regresar.

Llegué a Oaxaca a las 9 de la mañana. La reunión en el café salió perfecta y con la emoción de una  nueva aventura envuelta en un un nuevo proyecto, partimos con destino a la comunidad. Entre curva y curva fuimos abriéndonos camino hacia nuestro destino, como otros viajes en carretera, la plática engalana el ambiente, por lo que sin darnos cuenta llegamos a nuestra primera parada antes de lo previsto. Nos detuvimos a comer; ¡fue una delicia haber comido trucha nuevamente!, de niña solía ir con mi familia a la Marquesa en donde los restaurantes son abastecidos por granjas locales de dicho pez, los menús no son tan variados y las bebidas suelen ser aguas frescas, cerveza o café de olla. Por eso, cuando llegamos al lugar, los contenedores de agua fría que separan a las larvas de los peces me parecieron románticamente familiares; para mi deleite, el escenario se encuentra enmarcado por un río natural que desemboca en en un estanque donde desde la orilla se pueden verlas nadar completamente ignorantes de su lastimoso destino.

La plática, el epazote y el café, parecieron detener el tiempo; quizá nos tardamos más de lo previsto, o fue la altura del lugar, pero para  cuando  finalmente retomamos el viaje, el tiempo había cambiado; el pavimento empezó a mojarse mientras que los limpia parabrisas subían de velocidad de tanto en tanto y la neblina aparecía como por arte de magia; el paisaje empezó a verse más verde, más frondoso y los matorrales empezaron a ser opacados por altos troncos de pinos que dejaban al descubierto las peligrosas orillas de los acantilados. De pronto, observamos a dos pequeños niños a la orilla de la carretera, mientras nos acercabamos notamos que su madre se movía ansiosa de lado a lado mientras miraba algo en la profundidad, era un automóvil con la trompa de frente, el auto quedó varado de forma vertical sostenido por el sinuoso terreno, los árboles, rocas y ramas lo detuvieron dejando la cajuela por debajo del nivel del piso. Se había caído al barranco al salir una curva pronunciada -nos pareció tan lamentable como extrañísimo el evento-, después de ofrecer nuestra ayuda, decidimos interpretarlo como una señal de alerta y continuamos avanzando hacia nuestro destino con mayor precaución.

Más o menos a medio camino, nos topamos con una intersección, ¿derecha o izquierda?, no ayudó en nada no tener señal de internet ni nuestro pésimo sentido de orientación. Erróneamente decidimos la izquierda y todo cambió. Quizá el hecho de empezar a descender debió prender nuestras alertas, pero no fue así y seguimos con cautela; de pronto el camino se empezó a sentir resbaloso, el volante giraba sin esfuerzo de un lado a otro mientras que  Ale trataba de mantenernos del lado de la montaña y no del acantilado; ese fue probablemente uno de los momentos en los que más miedo he sentido en mi vida. La vista era tan espectacular como aterradora; de pronto, llegamos a una parte más plana y seca desde donde se alcanzaban a ver algunas casas;  creímos que era la comunidad que nos esperaba, así que descendimos aliviadas. La primera casa a la entrada de la comunidad era la de Doña Filo, amable y rápidamente nos dejó saber que estábamos perdidas y que había que subir por ese camino enlodado y resbaladizo por el que habíamos bajado; sin mayor preámbulo y con muy poca esperanza, comenzamos el ascenso para pronto darnos cuenta que sería imposible salir por nuestros propios medios; las llantas de la camioneta giraban incapaces de moverse hacia adelante; no era que estuviéramos atascadas, pero el lodo era demasiado y simplemente no avanzabamos. Ahí estábamos las dos, a la mitad de la Sierra de Oaxaca con dos horas, a lo mucho, de luz para salir de ahí. 

Decidimos que lo único factible era ir por ayuda a la comunidad; caminamos entre el lodo de regreso a casa de Doña Filo y al acercarnos notamos que en la entrada había una antena extraña, por lo que supuse que podríamos avisar y saber donde estábamos. Así fue, ella nos recibió de vuelta y su nieto nos dio la anhelada clave de wifi, -al menos pudimos enviar nuestra ubicación-, el siguiente paso era asegurar donde pasar la noche porque estábamos seguras que a pesar de que encontrar ayuda para salir, no sería buena idea continuar el viaje en la obscuridad. 

Decididas a quedarnos, nos enfrentamos a un “pequeño” problema: debido al COVID19 las comunidades tenían prohibido recibir visitas, no teníamos permiso de estar ahí, ni sus habitantes podían recibirnos, sin el visto bueno de la autoridad. 

Continuará…

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