
El divorcio tiene la fama de ser la antítesis del amor. Solemos pintar al matrimonio como a Caperucita Roja, inocente y buena onda; mientras que a el divorcio lo mostramos con el lobo malvado y gandalla que se come a la niña y hasta a la abuelita. Sin lugar a dudas nadie se casa pensando en que se divorciará, -no queremos invitar al lobo a la mesa-; sin embargo, el divorcio tiene tan mala fama que se han creado imágenes terribles a su alrededor que complican que una pareja que pasa por él, pueda en verdad tener una buena relación pre, durante y post la separación.
No se trata de minimizarlo, el proceso de divorcio involucra a todo el sistema familiar, por lo que no es nada fácil experimentar las distintas emociones durante y después del mismo. Tampoco es mi intención promoverlo, ojalá se pudiera mantener la relación tal como pensamos que iba a pasar cuando nos unimos; sin embargo, estoy convencida que se convierte en un asunto mucho más doloroso debido a la cultura que nos rodea y al fuerte de sentido de pertenencia, que en algunos casos, viene como consecuencia del matrimonio. Otras veces el dolor de divorciarse puede deberse a que alguno de los dos no ha formado una vida propia, por lo que perder a esa persona, también representa perderse a sí mismo; en todo caso,es un hecho que el divorcio no solo se trata únicamente de una ruptura legal, desde el punto de vista emocional puede significar el descalabro de muchísimas expectativas, conllevan también el asunto patrimonial, la custodia de los hijos, si los hubiera, y una serie de cambios en la forma de vida de los involucrados que no siempre termina de complacer a todos. Me parece que el meollo del asunto es la famosa libertad, es decir, todos queremos ser libres, -y con esa premisa suceden algunas de las separaciones-, pero el debate que sobrevuela a la libertad no es fácil, ¿es nuestra libertad más importante que el bien común?, y si ese bien común gira en torno nuestra familia, ¿debemos quedarnos a pesar de que el amor se extinguió? Supongo que nadie tiene la respuesta correcta; lo que no termino de entender, es porque en la mayoría de los casos en México, las relación con el ex no es buena. Si tuvimos fuertes sentimientos hacia esa persona, pero no nos fue posible seguir relacionándonos saludablemente con ella, ¿por qué terminamos siendo como extraños una vez que el divorcio aparece? Creo que es un gran desperdicio.
Me queda claro que el asunto es mucho más complejo que simplemente afirmar que “todos podemos ser amigos”; en ocasiones hubo mucho dolor durante la relación, en otras la traición nos impide ver más allá o incluso, puede pasar que no estábamos seguros en primer lugar y nos casamos o por la presión de un embarazo, o como resultado de una etapa de confusión. También es probable que nos topemos con una dura contienda legal para que se ejerza la justicia de ambos lados, en estos casos, difícilmente querremos estar cerca de nuestro ex. Sin duda cada caso es diferente y sería utópico afirmar que a todas las rupturas les puede seguir una buena relación; sin embargo, también existen quienes genuinamente desean hacerlo, pero para quienes les resulta complejísimo no caer en el statu quo de llevarse mal, enfadarse si tiene otra pareja o exigir condiciones estratosféricas. A pesar de lo largo o corto que el proceso de adaptación nos pueda parecer, vale la pena dejar que la relación se transforme en algo positivo en nuestra vida; después de todo, el punto es vivir a plenitud, así que, aunque no lo hagamos con quien creíamos, nuestra vida no se ha acabado, ni esa persona está muerta. Sería increíble no dejar que el ego o el enojo nos cieguen ante una nueva realidad que podría ser positiva para todos los involucrados.
En todo caso, no se trata de ser incongruentemente optimistas, pero a veces sí hay voluntad de al menos de una de las dos partes para llevar la fiesta en paz, y la otra no lo permite por sentirse defraudado, celoso o inconforme. Difícilmente cualquiera de esas emociones cambiarán porque nos mantengamos enojados de por vida. Mejor pongamos manos a la obra para sanar y levantarnos, y así un día dejaremos de ver a través del dolor.
El Divorcio no tiene porque hacer que el amor desaparezca, sin lugar a dudas lo transforma, pero si el divorcio entra por la ventana, el amor no tiene porque salir por la puerta.