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He escrito varios artículos sobre el amor en pareja. Resultó que sin darme cuenta, me fluye bien el tema y mis escritos al respecto han generado interés. Estoy muy agradecida por ello. Sin embargo, me ha faltado ser más honesta al respecto: creo firmemente que las relaciones de pareja están sobre valoradas. Me explico.
Me parece que vivimos rodeados de mensajes sobre que el amor del bueno se vive en pareja; existe una enorme cantidad de novelas, películas, obras de teatro, canciones, libros, tratados de psicología, escritos religiosos, etc., que nos bombardean con los finales felices alrededor de una relación amorosa, por lo que a veces, cuando el amor no llega, -o no se mantiene en ese estado-, pareciera que éste no existe. Me importa hablar de ello porque tengo la suerte de estar rodeada de mujeres y hombres que no viven en pareja, para sorpresa de mis lectores, muchos de ellos así lo han decidido. No se mantienen solteros porque estén decepcionados o dolidos, ni tampoco porque no tengan suerte con el sexo opuesto; simplemente, han tomado la decisión de no llevar una vida en compañía de una pareja. Lo que más me impresiona de sus historias, es que todos coinciden en que las personas que los rodean, insisten en asegurar que su estado es temporal, tal como si su vida se tratara de una eterna espera de que llegue una persona con la que por fin podrán compartir su vida. O cuando han pasado cierta edad, dejan de preguntar y el silencio trae consigo un dejo de resignación. No exagero, puedo probar que para la mayoría de los mexicanos la expectativa de vivir en pareja sigue latente aún después de haber terminado con una relación. Los datos referentes a la unión y la disolución marital del INEGI en el 2021, muestran que a pesar de que ha habido “un aumento en el número de divorcios y de separaciones, al pasar de un 7.2% en 1990 a un 15.1% en 2009, así como una disminución en el índice de matrimonios en un 21%”, el matrimonio y la vida en pareja siguen siendo una expectativa; porque “aquellos que ya se han divorciado o separado siguen buscando una y otra vez volverse a enamorar y casar, incrementando el número de matrimonios por segunda vez”. La misma fuente reporta que “de los hombres de 60 años y más, sólo el 19.1% permanece soltero, mientras que en el caso de las mujeres es de 46%.” Queda claro que después del matrimonio y el divorcio hombres y mujeres siguen buscando la posibilidad de vivir en pareja; una evidencia de ello es la cantidad de páginas en internet dedicadas a la concertación de citas.
Y no que esté mal, el asunto es que dicha tendencia no es señalada, al contrario, me atrevería a decir que es alentada, pero ¿qué sucede cuando la decisión es mantenernos solteros?, ¿por qué nos referimos a este estado como “solitario”?, ¿qué hay de los amigos, familiares, compañeros de trabajo o hijos que nos rodean?, ¿por qué asumimos que únicamente alrededor del amor romántico podemos ser felices o estar en compañía? El problema es que las ideas preconcebidas alrededor de la infelicidad y la soledad, tienen que ver con el miedo de quedarnos solos, pero en realidad, es muy difícil que el ser humano literalmente se quede solo; ¿cuántos verdaderos ermitaños hay en el mundo, por ejemplo? La cuestión es que quizá quienes nos rodean no tengan el título de pareja y parece que la sociedad insiste en asumir que eso es sinónimo de soledad. Evidentemente no le pasa a todo el mundo, es decir, para aquellas personas que se encuentran rodeadas de otras que viven felices sin un compañero sentimental, es más fácil concebir la idea de que la felicidad no necesariamente se encuentra al lado de una pareja. No se trata de una cuestión meramente filosófica, porque la cultura va marcando las leyes y me pregunto por ejemplo ¿pueden las personas planear una vida en soltería?, ¿recibirán las mismas oportunidades? o aquellos que han decidido no casarse ¿pueden planear la maternidad o paternidad sin anteponer primero la vida en pareja?. Es un hecho que existen fuertes estereotipos alrededor de aquellos que deciden postergar el matrimonio, vivir en unión libre, tener una relación a distancia, no vivir con sus parejas, o peor, para quienes optan por la soltería. En el estudio publicado por la Universidad IBERO titulado: “Actitudes hacia la transformación de la vida en pareja: soltería, matrimonio y unión libre”, se afirma que ”comparados con las personas que están casadas, se percibe a los solteros como más inmaduros socialmente, egoístas, pobremente ajustados, poco atractivos, o no atractivos, asociales, desagradables y, frecuentemente, con baja autoestima. La única visualización positiva es que son vistos como más independientes y orientados al trabajo”. Resulta sumamente injusto que lo aceptemos o no, la sociedad discrimina también a los solteros.
Es increíble cómo el asunto de querer que otros encajen en nuestro molde parece atemporal, basta con echar un vistazo al mito griego de Procusto, un posadero que acogía a viajeros solitarios y les cortaba los brazos y piernas a todos aquellos que no cupieran en su cama; o quien por el contrario, si el cuerpo era de menor longitud, lo estiraba hasta descoyuntarlo para que “encajara”. El mito data desde hace más o menos 2491 años y seguimos queriendo que todos quepan en nuestra cama. ¡Que necios somos para respetar las ideas de los demás!. Y qué daño hacemos con eso, porque cuando un ser humano se esfuerza por entrar en un molde que no es el suyo, es muy probable que sea infeliz; y aunque no lo parezca, sí pagamos un precio como sociedad como consecuencia de la infelicidad de las personas; un individuo infeliz es como un foco de infección, anda por ahí haciéndole la vida pesada a los demás. Por eso es trascendental que entendamos que no existen fórmulas universales para la felicidad, así que hay que dejar de imponer nuestras ideas o estilos de vida.
Para aquellos que presionan a los solteros afirmando que les preocupa que sean felices, basta con observar a tantas parejas infelices para darnos cuenta que los estereotipos son verdades a medias que lastiman.
Dejemos de afirmar que el amor es exclusivo de las personas que viven en pareja porque ¡por supuesto que el amor también habita en la soltería!.