El camino a la meta no es una línea recta

Todos queremos llegar a la meta. No importa cuál sea, la vemos hermosamente distante y al principio cada paso que damos no parece acercarnos a ella; pero conforme avanzamos, la notamos cada vez más cerca, es ahí donde tenemos que tener cuidado. Muchas veces, damos por hecho que llegaremos, nuestra mente deambula y nos hace soñar con cuando la alcancemos; empezamos a imaginarnos la emoción de atrevesarla y sin querer, puede ser que empecemos a aflojar el paso, en otras palabras: empezamos a festejar mentalmente antes de tiempo, si nos dura mucho tiempo ese estado, incluso podríamos ni siquiera cruzarla. También puede pasarnos que probemos un poco de lo que vendrá cuando la rebasemos, y entonces empezamos a conformarnos con esos pequeños logros olvidando cuál era el objetivo mayor. 

Claro que me ha pasado, recientemente por ejemplo, me puse la meta de fortalecer mis músculos, cada mañana me despertaba y hacía mi ruta de fuerza con toda firmeza, empecé a notar los resultados, y fue entonces cuando bajé el ritmo, para cuando me dí cuenta, darme esos “pequeños permisos” sucedía cada vez más seguido, y un buen día, cedí a la flojera y para darle paso al conformismo. Obviamente empecé de nuevo, pero desde un punto más atrás de lo que ya  había logrado. No es consuelo, pero definitivamente no soy la unica, hace tiempo platiqué con una incubadora de negocios y me contaron cómo fue que iniciaron el planteamiento de su modelo de negocio, y cómo fue que conforme se fueron sumando personas que creían en ellos, “se la fueron creyendo”, aunque aún no lograban su meta final, dieron por hecho que lo lograría, por ende, fueron perdieron enfoque y al final se calló lo que parecía ser un mero trámite. Definitivamente saborearnos la meta antes de llegar nos puede hacer perderla.  

Tengamos en cuenta que la diferencia entre las personas que se mantienen enfocados  y las que no, es que los primeros han aprendido a separar las emociones negativas que determinan sus acciones, es decir, controlan mejor la frustración, el estrés o el fastidio que rodea la búsqueda de los objetivos. Desde mi punto de vista, han entendido que la meta es el camino. Si nos concentramos en el camino, estaremos más abiertos a las subidas y las bajadas, a las pausas necesarias para descansar o disfrutar el paisaje e incluso al cambio de ruta. En mi camino hacia la creación de este espacio, se fueron sumando estrategias, cambie muchas veces de rumbo y me permití replantearme el cómo, pero sí mantuve el qué: quería escribir y publicar, quería compartir mis ideas y alimentarlas con las visión de otras personas, quería armar un proyecto robusto que me permitiera hablar de la humanidad que nos une, quería explorar de manera más profunda mis pensamientos, y quería hacerlo de manera constante. Puedo decir que ésta meta (a diferencia de mi musculatura), sí la logré. 

Este mes cumplo un año de haber iniciado este proceso de autoconocimiento, estoy feliz con el resultado y estoy muy agradecida con la respuesta que ha tenido; no puedo sin embargo, festejar como si fuera el fin del camino. Vienen muchas cosas más, pero si pudiera resumir mi año creativo, podría decir que fue un año de darme permiso, no hay duda que ¡es liberador darle rienda suelta a nuestros anhelos!. 

Probablemente uno de los obstáculos más grandes que enfrenté fue romper con el paradigma sobre tener todo muy claro antes de empezar, esta fue la primera vez que dejé que el proyecto fuera creciendo sobre la marcha, pero lo rescatable fue que este aspecto sí lo tenía claro desde el principio, es decir, sabía que no lo tenía todo muy claro cuando empecé y sin embargo lo hice. Por eso puedo afirmar que el camino a la meta no es una línea recta, y agregaría además, que la meta puede cambiar de vez en cuando sin necesariamente salirnos del camino. 
En resumidas cuentas, cuando entendí que aplicar la famosa flexibilidad que hoy no exige el mundo en que vivimos, a mi propio proyecto, logré disfrutar del camino.

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