Seguramente has tenido relaciones, profesionales, laborales, amistosas o de cualquier tipo, con gente a la que te encantaría mandar al diablo. A veces son a nuestros amigos, colegas, hijos, padres, hermanos o incluso nuestra mismísima pareja a quienes deseamos mandar de paseo. Sin embargo, es más difícil de lo que queremos aceptar; ya sea por lo lazos que nos unen, o incluso por no saber cómo hacerlo, a veces no nos atrevemos a dar esos pasos hacia el abandono de una relación que nos ha quedado mal; porque sí… una de las razones por la que queremos mandar a la gente al diablo es porque sentimos que nos fallaron; y otras veces es porque ser nosotros mismos ahí no es fácil.
No puedo evitar pensar en la cantidad de gente que ha pasado por mi vida, algunos siguen presentes, y otros simplemente pasaron como una hermosa nube que sin más siguió su curso; y es que son estos, lo que ya no están, los que me hacen reflexionar sobre el absurdo que es aferrarnos a las relaciones personales, por inverosímil que un día me pareciera, mi vida siguió sin ellos; claramente hay que alimentar ese momento en el que coincidimos en la vida con gente que nos importa; sin embargo, a las relaciones en la que existía un lazo y de pronto ya no existe, son a la que debemos ir soltando, —de golpe, o de a poquito—, para llenarnos de nuevas relaciones en las que la reciprocidad existe. Es un asunto muy complejo, porque la decisión entre “dejar ir” o “seguir ahí”, resulta que puede tener orígenes aún más profundos de lo que haya sucedido en dicha relación; dicen los expertos, que “el miedo a terminar una relación tiene mucho que ver con las inseguridades propias, los temores que uno arrastra. Miedo, por ejemplo, a no ser capaz de atraer nuevamente a una persona o establecer una relación nueva”; y ojo, no se trata únicamente de una relación de pareja, nos puede dar miedo “perder” cualquier tipo de relación; por eso, a veces aún cuando lo deseamos con todas nuestras fuerzas, no mandamos a las personas al diablo. Y es que incluso podría atreverme a decir, que son precisamente las relaciones que no son de pareja, a las que más trabajo nos cuesta ponerles fin; el “amigo” egoísta, la “amiga” tóxica, el jefe controlador, el padre o madre manipulador, los hijos tiranos; el grupo del colegio, gimnasio, lectura o arte en el que ya no estamos cómodos, los amigos de toda la vida; etc., etc., etc. Tal como César Landaeta explica en su libro Cómo Mandar a la Gente al Carajo,: “las personas aguantan más de lo que creen poder soportar y muchas veces ni siquiera se dan cuenta de ello”. Voy más allá, incluso creo que de pronto hasta orgullosos nos sentimos de poder aguantarlo.
Probablemente, hay que empezar por definir lo que significa “mandar al diablo”. Para mí, es ponerle fin a la relación tal como está; no necesariamente se trata de terminar definitivamente con esa relación (a veces es imposible), pero sí se trata de poner límites claros o incluso establecer nuevas reglas; el asunto clave aquí es atrevernos de decir: “basta, no me funciona, me lastima, ya no lo quiero, no más, se acabó, prefiero…”. En muchos casos eso puede significar el fin de la relación, si así fuera, mucho mejor, porque quien no está dispuesto a reescribir constantemente la dinámica con nosotros, mejor que no nos vea caminar de lejos; pero las relaciones más valiosas y verdaderamente firmes, sobrevivirán a nuestros cambios; y es que se trata de aceptarnos diariamente como entes capaces de transformarnos, visto de este modo, nada, pero nada, se mantiene estático, ni en nosotros mismos, ni en nuestro entorno; por eso, dediquémonos tiempo a quienes estén dispuestos a sentarse a renegociar cada vez que sea necesario. Ojo, no necesitamos ser groseros, mandar al diablo suena muy fuerte, y como dice el dicho: lo cortés no quita lo valiente; si bien a veces si se merecen un portón en la cara, quizá en general queramos mandarlos de una forma más sutil; por eso, enlistemos algunas formas artísticas de mandar al diablo: dejar de asistir a eventos con esa persona, evitar contacto virtual o físico, dejar de seguir en redes, disminuir significativamente las veces en las que se habla de estas personas con otras personas, etc. La pregunta clave es ¿soy verdaderamente autom@?, es decir, ¿por qué si quiero poner distancia o fin a una relación no lo hago?, ¿por miedo, culpa, por costumbre o porque simplemente no me atrevo?
El asunto clave creo que es dejar de pelear con lo que somos por encajar en lo que son los otros. Recordemos que somos nuestros valores, nuestros deseos más profundos; somos eso, incluso si lo que hacemos no necesariamente empata con lo que somos. Es decir, a veces no hacemos lo que somos porque hemos estado muy ocupados haciendo lo que es otra persona; por eso, ¡si ser como somos, requiere mandar a ciertas personas al diablo, que así sea!, que se queden con los que podemos ser nosotros mismos, sin juicios, ni grandes explicaciones. No hay nada más bonito que saber que pateamos algunos traseros defendiendo nuestra esencia, ni nada más entristecedor que saber que no tuvimos el valor de hacerlo.