Helena miraba por la ventana de su apartamento en la ciudad. El invierno había llegado, y la primera nieve cubría los techos y las calles con un manto blanco. Había algo diferente en esa temporada, algo que le recordaba que el fin del año no era solo una fecha en el calendario. Era también el fin de algo más profundo: de una etapa de su vida, de un sueño que ya no resonaba con su corazón.
Durante años, Helena había soñado con abrir un café literario. Había reunido ideas, planos y hasta nombres para el lugar. Sin embargo, los meses pasaron y luego los años, y la vida, siempre impredecible, le trajo nuevos retos: un divorcio que nunca vio venir, un cambio de ciudad por trabajo y una pandemia que pausó los sueños de tantos. El café literario ya no era un sueño, sino una carga. Cada vez que pensaba en él, no sentía la misma pasión que una vez la había impulsado. En su lugar, sentía nostalgia por la mujer que solía ser, por los sueños que había tenido y por la versión de su vida que nunca se materializó. ¿Y si eso estaba bien? Recordó un fragmento de Meditaciones de Marco Aurelio que había leído meses atrás: “Acepta lo que el destino te da y ama lo que llega, porque todo es breve y cambiante”. La resistencia a dejar ir el sueño del café literario no era porque aún lo quisiera, sino porque temía aceptar que ya no era la misma mujer que lo había deseado.
Una tarde de diciembre, mientras caminaba por un parque cubierto de nieve, Helena se sentó en una banca. Sacó de su bolso una libreta donde había anotado planes y sueños a lo largo de los años. Hojeó las páginas, deteniéndose en las notas sobre el café literario: los colores de las paredes, las recetas de los pasteles, la música de fondo. Sonrió. Había sido un sueño hermoso, pero ya no se sentía igual. Había llegado el momento de ponerle fin. En un gesto simbólico, Helena cerró la libreta y la dejó sobre la banca, sabiendo que pronto la nieve cubriría esas páginas como el tiempo había cubierto su pasado. Caminó hacia su casa con el corazón más ligero, como si hubiera soltado un peso que llevaba mucho tiempo cargando.
Esa noche, mientras miraba la nieve caer, sintió una paz que no había sentido en mucho tiempo. Por primera vez notó que dejar atrás el ideal del café la dejaba aturdida, sin saber entonces a hacia donde dirigir sus pensamientos y acciones porque a veces al vacío de no saber nos hace seguir sin estar plenos donde estamos. Helena no sabía qué nuevos sueños nacerían en su corazón y eso la desconcertaba. Lo único que estaba claro es que había terminado una etapa y, con ello, había creado espacio para nuevas posibilidades. El invierno, como el final del año, no era únicamente el fin, sino también el comienzo de algo nuevo.