Entrarle a la vida es como meterse al mar. Hay que hacerlo con precaución, pero sin miedo; cualquiera que haya tomado una ola para entrar o salir de él, sabe que si titubeas lo suficiente nunca entrarás o nunca podrás salir.
Sin embargo hay veces que la incertidumbre domina nuestra valentía, en el escenario que el COVID nos ha impuesto, pareciera que uno va a ciegas, ¡quizá hasta haya tiburones! Tal es el caso de los acontecimientos próximos en torno a la entrada del nuevo ciclo escolar; nos tocarán vivir roles complejos desde todos los ángulos. Las escuelas y maestros tendrán que conservar y mejorar las promesas, aún sin saber si tendrán que hacerlo desde el salón, en línea o en modo híbrido. Los padres de familia seremos testigos de diferentes discursos: gobierno, escuelas, chats, redes y nuestra propia expectativa. Sin duda no son tiempos fáciles para nadie.
Y en medio de tal vorágine están nuestros niños y jóvenes, quienes enfrentan una situación a la que nosotros, sus adultos cercanos, nunca estuvimos expuestos. Pareciera que se hubiera incrementando nuestra responsabilidad hacia ellos dado que a la par de hacer lo que siempre hemos hecho, estamos acompañándolos en su vida académica. Nos preguntan buscando respuestas que no tenemos; es como si tuviéramos que cargarlos, pero no porque ellos no puedan nadar, si no porque en teoría, son los adultos quienes saben dirigir un país, un salón de clases y guiarlos. Y así es. Pero ante las circunstancias, la crianza paternalista que se da en algunos grupos sociales en nuestro país, tendrá que dar paso a una educación con mayor libertad, tendremos que fomentar el autoaprendizaje y la responsabilidad mientras trabajamos desde casa o salimos a hacerlo mientras ellos estudian. Así también habrá que confiar en que los colegios harán lo mejor posible mientras que los maestros confiarán en que “no hacemos trampa”. ¿Será posible nadar con calma ante tal ofuscamiento? Y es que no es que los actores entorno a la educación no deseen tener certeza, o que no se publiquen costos o fechas por molestar; es que como nunca antes, la incertidumbre, el temor y la responsabilidad que vivimos son inmensos.
En tal contexto , las palabras de Maya Angelou, poetisa, actriz, cantante, bailarina, escritora, cocinera y periodista afroamericana galardonada con más de medio centenar de títulos honoríficos y defensora de los derechos humanos, retumban: “no importa lo que hagas, prepárate a ti mismo siempre…si quieres la libertad o vivir mejor, debes trabajar por ello”. Es imperativo entonces preguntarnos ¿para qué aprendemos?, en mi caso, tiene mucho que ver con esa libertad de la que habla Angelou; uno es libre al aprender y al hacerlo fomentamos la confianza en nuestros talentos y habilidades. A nuestros jóvenes, las circunstancias les están regalando la libertad para aprender por sus propios medios y basados en sus propios compromisos; evidentemente este hecho no nos exime de nuestra obligación hacia ellos, pero en definitiva tendrán que incrementar la independencia, no para hoy, sino para lo que parece ser un mundo nuevo, uno ante el que ni nosotros sabemos cómo enfrentar.
Tengo un amigo que salva tiburones, seguramente aprendió a dominar el miedo y a tener confianza en su preparación para estar cerca de esos seres a los que todos tememos. Supongo que eso es un poco de lo que tendremos que aprender: no aferrarnos a la orilla, nadar pese a la inquietud confiando en que en realidad nunca se está del todo listo ante el cambio inminente.