Todos queremos llegar a la meta. No importa cuál sea, la vemos hermosamente distante y al principio cada paso que damos no parece acercarnos a ella; pero conforme avanzamos, la notamos cada vez más cerca, es ahí donde tenemos que tener cuidado. Muchas veces, damos por hecho que llegamos, nuestra mente deambula y nos hace soñar con cuando llegamos, empezamos a imaginarnos la emoción de atrever la meta y sin querer, puede ser que empecemos a aflojar el paso, en otras palabras: empezamos a festejar mentalmente antes de tiempo, si nos dura mucho tiempo ese estado, incluso podríamos ni siquiera cruzarla. También puede pasarnos que probamos un poco de lo que vendrá cuanto le alcancemos, y entonces empezamos a conformarnos con esos pequeños logros olvidando cuál era el objetivo mayor.
Claro que me ha pasado, recientemente por ejemplo, me puse la meta de fortalecer mis músculos, cada mañana me despertaba y hacía mi ruta de fuerza con toda firmeza, empecé a notar los resultados, y fue entonces cuando bajé el ritmo, para cuando me dí cuenta, darme esos “pequeños permisos” sucedía cada vez más seguido, y un buen día, cedí a la flojera y para darle paso al conformismo. Obviamente empecé de nuevo, pero desde un punto más atrás de lo que había logrado. No es consuelo, pero definitivamente no soy la unica, hace tiempo platiqué con una incubadora de negocios, ellos me contaron cómo fue que iniciaron el planteamiento de su modelo de negocio, y cómo fue que conforme se fueron sumando personas que creían en ellos, “se la fueron creyendo”, aunque aún no lograban su meta final, dieron por hecho que lo lograría, por ende, fueron perdieron enfoque y al final se calló lo que parecía ser un hecho. Definitivamente saborearnos la meta antes de llegar nos hace perderla.
Por otro lado, también es cierto que mantenernos enfocados y motivados es complejo, comúnmente cuando empezamos un nuevo proyecto nos sentimos emocionados y apasionados, pero cuando los obstáculos, la rutina, la carga de trabajo, o las distracciones empiezan a llegar, la motivación empieza a desaparecer. Existen diversas teorías sobre la productividad que nos pueden ayudar a minimizar los impactos negativos de perder el rumbo, como El Sistema de los 4 Cuadrantes de Stephen Covey, que plantea dividir en cuatro cuadrantes nuestras actividades diarias basadas en la prioridad de cada tarea; cada cuadrante incluye un conjunto de actividades que deben gestionarse de manera diferente.
CUADRANTE I. Importante-Urgente
Actividades que requieren tu atención inmediata.
CUADRANTE II. Importante-No Urgente
Actividades planeadas que buscan que nos anticipemos y/o pre veamos los problemas o las metas.
CUADRANTE III. No Importante-Urgente
Suelen ser actividades que sirven para satisfacer las prioridades y expectativas de los demás. Aquí están las llamadas, interrupciones, reuniones, correos, informes. Estas actividades son obstáculos que se interponen entre tus objetivos y tú. Si es posible delegar o reprogramar estos elementos hagámoslo.
CUADRANTE IV. No importante-No Urgente
Son actividades que no son de carácter de urgencia, ni tampoco tiene mayor relevancia, se trata de actividades que absorben parte de nuestro tiempo. En este cuadrante se ubican acciones completamente irrelevantes como mirar el correo electrónico cada cinco minutos. O seguir una conversación por redes sociales en la que ni siquiera hay nada interesante que decir.
Creo que este cuadrante nos puede ayudar a diferenciar nuestras acciones del día a día, para que poco a poco, orientemos mejor nuestros esfuerzos. Pero, más allá de las teorías sobre la práctica, es un hecho que la diferencia entre las personas que se mantienen en el camino y las que no, es que los primeros han aprendido a separar las emociones negativas que determinan sus acciones, es decir, controlan mejor la frustración, el estrés o el fastidio que rodea la búsqueda de los objetivos. Desde mi punto de vista, ha entendido que la meta es el camino.