La Miopía de le Eficiencia

Vivimos en un mundo que asienta nuestra eficiencia en términos de calificaciones, sueldos o jerarquías. En la vorágine en la que vivimos se ha hecho costumbre que nos midan y medir a los demás con base en lo rápidos, lo asertivos, lo productivos o lo rentables que somos. En términos generales ser eficiente es llegar al resultado esperado, sólo que ahora parece que debemos hacerlo rompiendo nuestros propios récords de velocidad.

Cada vez somos más los que afirmamos que debemos evaluar de otra manera, promover la adquisición de otras habilidades y empezar a dar valor, no sólo monetario sino social, al desarrollo de la resiliencia. Suena bien, pero si ésta se refiere a la capacidad de adaptarse a situaciones adversas, entonces conlleva una cantidad importante de valiosos ingredientes. Es como si fuéramos al super y nos enfiláramos en la sección de productos orgánicos, todo cuesta más. Aún así, nos tendríamos que llevar coraje, empatía, confianza, lucha, valor, responsabilidad, paciencia, etc. El objetivo es ir a casa y preparar, con absoluta singularidad, nuestra armadura para enfrentar lo que venga. El secreto es que debemos soldarla para que sea suficientemente flexible, moldeable e incluso desechable, porque una vez que pensamos que ya está lista, puede que ante una nueva circunstancia, no sea la que necesitemos. 

Pero una cosa es comprar todo, ir a casa y “hacernos a mano”, y otra es salir a un mundo donde se nos pide ser resilientes, pero se nos sigue juzgando de acuerdo a la eficiencia. Lo más grave es que creemos que el valor que nos dan es el que tenemos. Me ha tocado evaluar y que me evalúen desde el ojo calculador del desempeño. Desde mi vena empresarial le di valor en su momento a títulos y logros; cómo madre me he fijado, más de lo que me gusta admitir, en la boleta de mis hijos; como maestra me llevó varias generaciones evaluar de forma diversa; y como ciudadana me recuerdo constantemente que debo mantener mi enfoque hacia el valor más allá de lo matemático. He sido testigo de que la adaptabilidad –una de las consecuencias de la resiliencia–, es un factor a favor, es indispensable para trabajar en equipo y para deambular dentro de un mar de cambios,  pero no se le termina de dar un valor concreto, como sí se les da a un título académico o a los logros medibles. ¿Cómo se mide la resiliencia?, ¿quién dice cuánto falta de esto o aquello? Es más fácil comparar números, ya sean de calificaciones, de ventas, de salarios, de tiempos, etc. Estamos atascados en la miopía de la eficiencia mientras la resiliencia se asoma con timidez porque se siente devaluada. 

No es un tema menor, porque si el mundo le pone precio a los logros y no al poder continuar pese a las circunstancias, entonces las personas vamos eligiendo caminos hacia eso que se conoce como “éxito” y dejamos a un lado lo que parece un distractor para prepararnos para resistir. Eduardo Porter, actual reportero del New York Times, escritor, ensayista y periodista, ha trabajado para numerosos medios de comunicación en más de cinco países. En el 2011 publicó  el libro Todo Tiene un Precio, en donde tajantemente afirma que:  “todas las elecciones que hacemos vienen determinadas por los precios de las opciones que nos presentan”. Según él, “saber dónde buscar los precios que guían nuestra vida, nos ayudará a evaluar mejor nuestra toma de decisiones”. Pareciera un tema puramente económico, pero no lo es, el precio que pagamos porque otros valoran ciertas habilidades, es el de no fomentar aquellas que requerimos para hacernos  más resilientes. El precio de la resiliencia es pasar por momentos con los que no creímos que podíamos lidiar. Todos lo hemos sentido, nos pasa algo para lo que creíamos no estar preparados pero sí lo estamos. 

Cada cosa que vivimos y de la que nos hemos levantado, se va acumulando en el costal de  canicas que nos permite seguir jugando. Nos deja listos para lo que viene. Es importantísimo hablar de ello, compartir que somos sobrevivientes, permitirnos valorar a los demás desde otros ángulos, insistir en que después del miedo, tristeza, confusión o frustración que trae cada mal momento, llega la sensación de sentirnos de nuevo invencibles.

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