La Muerte del Ego: Lo que la Catrina Mexicana nos Enseña sobre Cómo Liberarte del Personaje que tu Mente Inventó

A principios del siglo XX, el artista mexicano José Guadalupe Posada dio vida a un personaje que se convertiría en símbolo de la identidad mexicana: La Catrina, esa figura elegante y esquelética que, con sombrero y sonrisa, nos recuerda que la muerte no distingue clases, títulos ni apariencias.

Posada, originario de Aguascalientes, fue grabador, ilustrador y caricaturista. Dominó la litografía y el grabado en metal para crear imágenes satíricas que retrataban la vida, la política y las desigualdades del México de su tiempo. Su obra más reconocida, La Calavera Garbancera, dio origen a la Catrina y nació como una crítica social al Porfiriato, un periodo marcado por la desigualdad y la aspiración a lo europeo.

El término “garbancera” se refería a las personas mestizas o indígenas que renegaban de sus raíces al imitar las costumbres europeas. Con ironía, Posada dibujó un esqueleto con sombrero francés y plumas de avestruz, símbolo de una clase que, aunque presumía elegancia, no podía esconder que “en los huesos todos somos iguales”.

Su obra circuló en hojas volantes y prensa popular, como sátira hacia la vanidad, el estatus y la hipocresía social. Lo que Posada quizá no imaginó es que, con su grabado, también nos legaba una poderosa metáfora espiritual: la muerte del ego, esa muerte simbólica que ocurre cuando dejamos caer las máscaras de la mente y nos liberamos del personaje que inventamos para sobrevivir.

La Catrina y la muerte del ego

Con el tiempo, La Catrina trascendió su origen satírico para convertirse en ícono del Día de Muertos, símbolo del arte popular y espejo de nuestra relación con la vida y la muerte. Pero más allá de la celebración, su mensaje sigue siendo profundo:

No importa cuánto finjas; al final, todos somos huesos.

Esa verdad desnuda encierra la misma lección que el trabajo interior del yoga o la meditación: el ego también muere cuando dejamos de fingir ser alguien.

La Catrina nos enseña que el ego, al igual que las apariencias sociales, está destinado a disolverse. Su sonrisa eterna nos invita a mirar de frente nuestras propias máscaras y a rendirlas con elegancia.

¿Qué es realmente el ego?

Cuando hablamos de ego, no nos referimos al orgullo o la soberbia, sino a la imagen que la mente crea de nosotros mismos.
Esa voz que dice:

“Yo soy esto.”
“A mí me gusta esto.”
“Yo no debería sentir aquello.”

El ego es una identidad funcional, necesaria para movernos en el mundo.
El problema surge cuando olvidamos que somos mucho más que esa voz interna.

Cuando alguien te critica y te duele, no es tu esencia la que se hiere: es el ego defendiendo su historia.
Cuando te comparas, es el ego buscando valor en la mirada ajena.
Y cuando temes perder el control, es el ego aferrándose a su ilusión de permanencia.

El ego vive del pasado y del futuro, pero teme al presente.
Porque en el presente no hay historia, solo ser.
Y ahí, el personaje no tiene guion que interpretar.

Por qué el ego nos causa sufrimiento

El ego se alimenta de la separación.
Te hace creer que estás fuera del mundo, que debes defenderte, ganar, convencer o resistir.

Esa necesidad constante de sostener una identidad genera tres raíces de sufrimiento:

  1. Comparación: “Yo debería ser más como…”
  2. Resistencia: “Esto no debería estar pasando.”
  3. Apego: “No quiero perder esto.”

Cuando el ego domina, actuamos desde el miedo, la necesidad de aprobación o el orgullo.
Y ahí nacen la frustración, la ansiedad y el vacío.

Pero cuando lo observas sin juzgarlo, algo cambia.
Te das cuenta de que no eres la voz que comenta, sino la consciencia que observa.

La Catrina mexicana, con su risa silenciosa, nos recuerda que todo lo que parece importante —la imagen, el estatus, la comparación— tarde o temprano caerá.
Y cuando cae, lo que queda es la verdad.

Cómo observar el ego sin pelear con él

La práctica espiritual no busca eliminar el ego, sino volverlo transparente, para que esté al servicio de tu esencia, no al mando de tu vida.

Empieza reconociendo tres verdades simples:

  • Tengo un ego, pero no soy mi ego.
  • Es una parte de mí que intenta protegerme.
  • Puedo observar sus reacciones sin dejar que me controlen.

Cuando sientas la necesidad de tener razón, de ser vista o de parecer perfecta, respira.
La respiración interrumpe el impulso automático del personaje.
Ahí entra la consciencia.
Y con cada respiración consciente, el ego muere un poco más.

El ego como protector

El ego nació con una intención noble: protegerte del dolor.
Cuando eras niña y sentías que solo te amaban si eras buena o fuerte, la mente creó estrategias:

“Si soy perfecta, me querrán.”
“Si controlo todo, no sufriré.”
“Si no muestro tristeza, nadie me lastimará.”

Esa fue su manera de cuidarte.
Pero hoy, esa protección automática te limita más de lo que te cuida.

Por eso, el trabajo interior no es destruirlo, sino agradecerle y liberarte de su control.
Como La Catrina de Posada, el ego también es un recordatorio de impermanencia: todo lo que finge durar, morirá para dar paso a lo auténtico.

Ejercicio para integrar esta práctica

Cierra los ojos unos minutos.
Respira profundo y visualiza a esa parte de ti que siempre busca hacerlo todo bien, agradar o controlar.
Mírala con ternura.

Dile mentalmente:

“Gracias por protegerme. Hoy puedo estar en paz sin tus defensas.”

Permanece unos instantes respirando.
Observa cómo se suaviza la tensión interna.
Esa es la libertad: cuando el ego deja de dirigir tu historia y tú vuelves a habitar tu centro.

Conclusión

La muerte del ego no es una tragedia: es una celebración.
Como La Catrina de Posada, nos invita a mirar lo inevitable con elegancia y humor.
Nos enseña que nada de lo que creemos ser es permanente, y que al aceptar esa verdad, empezamos a vivir desde lo esencial.Morir al ego no es el fin de la vida, sino el comienzo de la consciencia.
Y en ese silencio interior, sin máscaras ni disfraces, aparece la verdadera paz.

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