Escuchando la experiencia de un ex convicto, me queda claro que no dimensionamos todo lo que sí está en nuestras manos controlar ¡y está bien!. Por ejemplo: Podemos todos los días decidir a qué hora nos dormimos o levantamos; qué comemos o bebemos; a qué hora y cuándo llamamos o no a nuestros familiares y amigos, o aún más sencillo: en dónde y cómo nos aseamos. En la cárcel éstas acciones no están en posesión de los reos; todo es controlado por los guardias; el sistema determina qué hará un persona y qué no. ¡Jamás había dimensionado la vulnerabilidad alrededor de no tener el control. Visto de éste modo, es un regalo que poseemos; parece obvio pero está tan de moda asumir el control es negativo y que simplemente debemos soltarlo que no hemos profundizado en su lado positivo, ni mucho menos en lo implicaciones de que “algo” controle todo lo que nosotros hacemos.
Fuera de la los barrotes , te pongo ejemplos menos radicales de ése “algo” a lo que le creemos el poder de controlarnos: las mamás solemos ceder el el rumbo de nuestra vida familiar a nuestros hijos, los ponemos en el centro de la vida de pareja, laboral y personal; de momento, ellos lo requieren (si nosotras se mueren), pero se vuelven una forma de ser y vivir, así que a pesar de que cada vez son más independientes, seguimos rigiendo nuestra vida con base en ellos. Tal cual otras áreas de la vida: la toma de decisiones y el control personal es un músculo que al no ejercitarlo, se atrofia. Me acaba de pasar: en las vacaciones familiares me encontré cediendo , es más, no creo siquiera que me haya cuestionado qué quería yo. Todos “pretendían” que yo decidiera, pero esas decisiones estaban basadas en los deseos de los demás. Entonces, ¿asumir el control es malo? Partiendo de la base que nada es bueno ni malo, sino simplemente es, recordemos que el control se define como la capacidad de verificar o gestionar que algo funcione de acuerdo con un plan o estándar establecido. También está asociado con la habilidad de ejercer poder o dirección sobre algo o alguien. Considero que la clave para no excedernos es saber el objeto del control; es decir: si queremos tomar la batuta de lo que hace, es o quiere alguien más (sea quien sea), me parece muy nocivo; lo que no significa que debamos entregarle la guía de nosotros mismos a nadie más. Si nosotros aprendemos a autocontrolarnos, me parece maravilloso. De nuevo, parece una obviedad, pero no es lo mismo el autocontrol que el control externo, lo que implica que sí es necesario que el control de nosotros mismos lo ejerzamos y que limitemos el control externos; si todos lo hicieramos no existiría la necesidad de aclarar que el deseo mundano de controlar a los demás no hace más que separarnos y por ende, causar conflictos, desde internos hasta bélicos.
Supongo que lo en realidad me interesa diferenciar en éste escrito es el debate filosófico sobre la tensión entre control y libertad. Mientras que el control busca garantizar la estabilidad y dirección, en exceso puede limitar la creatividad, la autonomía o la espontaneidad. Retomando ejemplos mundanos: Es decir: no controlamos ni nos controlan. La cosa es que cedemos ese poder porque salvo en casos extremos como la cárcel, somos nosotros quienes les otorgamos la reinda a familiares y amigos para dejarnos llevar.
Cómo ya sabes, me encantan las historias, de niña amé las fábulas y me atrevo a decir que ayudaron a que los valores que hoy poseo tuvieran en su momento nombres y caras de personajes en los textos. Por eso, te comparto ésta fábula de mi autoría:
La Presa del Castor
Había una vez en un bosque tranquilo, un grupo de animales que vivían en perfecta armonía. Entre ellos estaba el castor, conocido por construir represas, y el búho, admirado por su sabiduría.
Un día, el castor decidió que quería construir la represa más grande que el bosque hubiera visto. Sin embargo, al comenzar su trabajo, notó que todo parecía estar fuera de su control: el río cambiaba de dirección, las ramas no se quedaban en su lugar, y los demás animales cruzaban por su construcción sin cuidado. Frustrado, el castor fue a ver al búho en busca de consejo.
«Búho sabio,» dijo el castor, «¿cómo puedo controlar todo para que mi represa sea perfecta? El río, las ramas y los demás animales hacen que todo sea un desastre.»
El búho lo escuchó pacientemente y respondió: «Castor, el control no es absoluto, ni debe serlo. Lo que puedes controlar es tu propio esfuerzo y la forma en que reaccionas a los desafíos. Pero si tratas de controlar el río o a los demás animales, terminarás agotado y tu represa nunca será construida.»
El castor frunció el ceño. «¿Entonces debo dejar que el río y los animales hagan lo que quieran y no preocuparme?»
El búho sonrió. «No exactamente. Piensa en el control como una cuerda que sujetas con tus propias manos. Si la sujetas demasiado fuerte, se romperá; si la sueltas completamente, se escapará. La clave está en encontrar el equilibrio: ajusta tu represa para que fluya con el río, y construye en los momentos tranquilos, sin esperar que todo esté bajo tu mando.»
Inspirado, el castor regresó al río. Observó cómo fluía el agua, estudió las ramas que tenía y encontró la mejor manera de trabajar con lo que estaba a su disposición. Aunque no todo salió como lo planeó, construyó una represa firme y funcional que todos en el bosque admiraron.
Sin embargo, mientras trabajaba, una ardilla que lo observaba le dijo: «Castor, ¿no sientes que estás cediendo demasiado al río y a los demás animales? ¿Dónde está tu libertad si trabajas solo para ajustarte a ellos?»
El castor pensó un momento y respondió: «Mi libertad está en decidir cómo reacciono a lo que no puedo cambiar. No significa que me rinda, sino que elijo cómo construir mi represa sin desgastarme en lo que no controlo.»
Más tarde, un zorro que pasaba le preguntó: «Si no deseas controlar, ¿por qué no dejas que todo fluya por completo y te relajas?»
El castor sonrió y dijo: «Porque dejarme llevar sin más no sería libertad; sería resignación. Construir mi represa no significa controlar a otros, sino tomar las riendas de lo que quiero hacer con lo que tengo. Si no construyera, estaría cediendo completamente mi poder.»
Finalmente, el búho regresó y observó el trabajo del castor. «¿Qué aprendiste sobre el control, castor?» preguntó.
«Aprendí que el control no debe ser sobre los demás, sino sobre uno mismo. Es recíproco: respeto la libertad de los demás, pero también espero que respeten la mía. Si cada uno toma el control de sí mismo, no hay necesidad de que nos manipulemos unos a otros,» respondió el castor.
El búho asintió. «Sabias palabras. Cuando entendemos que el control bien aplicado no es opuesto a la libertad, encontramos paz. Y cuando respetamos ese equilibrio, construimos algo más grande que una represa: construimos armonía.»
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La moraleja de esta fábula es que nuestra libertad no se pierde al considerar a los demás, siempre que nuestras decisiones también reflejen nuestras propias necesidades y deseos. Dejarse llevar completamente puede ser tan perjudicial como intentar controlar todo. La verdadera libertad radica en el equilibrio entre autocontrol, respeto y reciprocidad. ¿No sería maravilloso que supiéramos dónde está el punto medio?.