Las Etiquetas Mienten

En el mundo de la mercadotecnia y la publicidad se le dedica mucho tiempo a la elaboración de las etiquetas. Normalmente se ensalzan los atributos del producto o servicios con grandes fotos, brillantes colores o tipografías únicas, pero por llamativas que sean, las etiquetas mienten, tácita o cínicamente. Lo mismo pasa con las etiquetas que les ponemos a las personas, esas pequeñas reseñas no dicen todo sobre quienes somos. 

Si bien son necesarias en el mundo comercial, en el caso de las personas estos pequeños rótulos nos delimitan de forma incompleta; pueden hacer brillar y confiar, pero también ensombrecen y estigmatizan. Me llama la atención que nos dejemos llevar por lo que nos dicen sobre los demás; especialmente sobre aquellos a los que no conocemos; nos sucede entrando a un nuevo grupo social, a un nuevo lugar de trabajo o una nueva ciudad; los comentarios bien o mal intencionados de aquellos que nos “presentan” a quienes no conocemos, vienen desde su propia experiencia, por lo que no son más que sus opiniones; sin embargo, solemos tomarlas como firmes  verdades y de inmediato etiquetamos a las personas sin siquiera haber cruzado una palabra con ellas. Si bien es cierto que esta dinámica permite ubicarnos en un contexto, la letra chiquita es que empezamos a formarnos ideas de cómo son las personas a través de las opiniones de los demás, es decir, le damos una ojeada a la etiqueta que alguien más decidió ponerle a esa persona y no sólo nos la creemos, sino que la difundimos. No digo que quienes nos comparten su percepción sean malos, o lo hagan con mala voluntad, lo que digo es que deberíamos tener presente que las etiquetas son verdades a medias y así debemos tomarlas. Tengo una amiga que tiene por costumbre que, cuando en la mesa se etiqueta a alguien como fiestera, borracho, irresponsable, gorda, macho, etc; ella sin discutir comparte “tiene un cabello increíble”, “es muy chistoso”, “tiene una plática interesante”, “siempre saluda”, “ama a los animales”; sin hacer gran aspaviento, convierte la etiqueta en un señalamiento sobre algún rasgo positivo de la personalidad del susodicho. Obviamente estar cerca de ella es una delicia porque sus comentarios siempre dejan ver algo más de aquella persona de la que se está hablando. Necesitamos tomar en cuenta que nuestras palabras impactan fuertemente en las personas, nuestras afirmaciones pueden ser tomadas como irrefutables verdades cuando en muchos casos, ni nosotros estamos seguros de lo que estamos diciendo. Lo sé porque he estado de los dos lados, por mi forma de caminar, hablar o saludar, una “amiga” compartió con otras que debían tener cuidado conmigo; tiempo después dicha persona se disculpó por haberme juzgado, pero me pregunto si una disculpa, puede resarcir el hecho de que otras personas se formen una idea predeterminada de alguien a quien poco conocen. 

Retomando la comparación entre personas y productos, a los primeros se les regula, pero ¿quién nos regula a nosotros en cuanto a hablar de los demás se trata? o ¿qué fecha de caducidad tienen las etiquetas que les ponemos  a los demás?   No olvidemos que las etiquetas malas o buenas dependen de nuestro entorno y seremos integrados o sesgados de acuerdo a lo cerca o lejos que estemos del “deber ser”; pareciera que las etiquetas negativas son las únicas dañinas, pero las “positivas” pesan mucho también: “la inteligente”, “el valiente”, “la chistosa”, “la guapa”; ¡que cansado puede llegar a ser mantenernos dentro de estos cuadrados!. 

Cuenta la mitología griega que Pigmalión era un escultor a quien el rey de Chipre encargó una escultura de una mujer de la que pudiera enamorarse, tal fue el enamoramiento que sintió por Galatea, que le pidió a Venus que la convirtiera en persona. Actualmente se le conoce como efecto Pigmalión a “la influencia que una persona puede ejercer sobre otra, basada en la imagen que ésta tiene de ella”. La realidad es que no necesitamos a Venus para influir en las personas, basta con colgar la etiqueta para que sus efectos surtan efecto; nuestro poder es infinito en este sentido, debemos cuidar nuestras sentencias, después de todo, los seres humanos somos mucho más de lo que las etiquetas nos dictan. 

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