¡Las Letras Chiquitas de la Familia!

En una entrevista de trabajo para una empresa transnacional el reclutador me hizo la clásica pregunta: ¿qué significa la familia para ti?. Un tanto aburrida, -tenía 22 años y varias entrevistas respondiendola-, contesté sin mucho pensar:  “lo más importante” y “una chinga”, agregué. 

Antes de que me corriera del recinto por usar una palabra altisonante ante tan formal momento, rápidamente expliqué: la gente suele decir que la familia es lo más importante, pero no siempre se actúa en consecuencia; estar en familia representa «estar», y eso implica muchas veces respetar las ideas de los demás por muy distintas que sean de las nuestras, es escuchar y comentar sin juzgar, es ayudar en la enfermedad o participar en la salud y la prosperidad; es no salir corriendo cuando aparecen los errores, los descontentos o la vejez. En fin, creo que las letras chiquitas de la familia se leen: requiere trabajo y sacrificio. Para cuando terminé de explicarme, ya me había arrepentido de no responder lo de siempre, pero para mi sorpresa, me ofrecieron el trabajo; la carta de propuesta oficial explicaba que se me ofrecía el puesto por la suma de ciertas habilidades y “por su peculiares ideas sobre la familia y la lealtad”. El evento me enseñó dos cosas: siempre vale la pena ser como somos en cualquier circunstancia y … la gente valora la honestidad, especialmente en temas con aristas que nadie quiere nombrar. Pero… ¿peculiares?, ¿de verdad? no creo ser la única que piense que la familia conlleva letras chiquitas. 

Y es que no existe nadie sin familia, ni tampoco hay una sola clase de esta;  aún cuando no todos tengamos una relación estrecha con nuestros familiares de sangre, la familia es aquella que nosotros elegimos que sea; se pueden llamar amigos, colegas, compadres, vecinos o primos, tíos, abuelos y padres. Este doble posible origen de encuentra documentado: la Universidad Autónoma del Estado de México (UAM) publicó la Investigación: El concepto de familia en México: una revisión desde la mirada antropológica y demográfica; donde sus autores explican que la “la institución familiar ha cambiado su estructura y su conformación, pues interactúa y está sujeta a los cambios y fenómenos sociales, además de que va más allá de los miembros que la conforman”. Incluso el INEGI dicta que la familia es “el ámbito donde los individuos nacen y se desarrollan, así como el contexto en el que se construye la identidad de las personas por medio de la transmisión y actualización de los patrones de socialización”. Esto quiere decir que la familia no está conformada únicamente por lazos de consanguinidad, sino que acepta a otros miembros; así que no es de extrañar que contemos con las dos: la familia de sangre y la familia que hemos elegido a lo largo de nuestra vida. De cualquier forma, una vez que formamos parte, tendremos que enfrentar momentos no tan entretenidos o fáciles; pero es precisamente en ellos en donde sentimos que lo que nos une va más allá del simple lazo de conocernos. Confieso que en ambos escenarios he tenido desencuentros, decepciones y también he decepcionado; y es que ¿quién no quisiera a veces dejar de asistir a tal evento?, ¿a quién no le ha pasado que el familiar incómodo de repente nos parece intolerable? o ¿quién no ha perdido los estribos aún con aquellos más cercanos? Es más, parece que es con ellos, con los que en ocasiones nos ensañamos; mi guapísima y talentosa hermana lo expresa perfectamente, dice que aplicamos “la maldita confianza” con los más cercanos; a lo que se refiere es que a veces eso de  “tenernos confianza” hace que nos tratemos con menos delicadeza y con menos importancia; y es cierto, podemos ser muy amables con quienes no tenemos un lazo tan estrecho, y ser rudos o poco atentos con quienes mantenemos mayor cercanía.  

En todo caso, pareciera entonces que la familia requiere de otras letras letras pequeñas: favor de poner límites. No es un tema fácil, ya sea que seamos más o menos independientes o que hayamos crecido en entornos altamente demandantes, irrespetuosos o hasta violentos, pero saber encontrar la medida entre la lealtad y los límites no es «como hacer enchiladas». La dificultad puede provenir de nuestra educación, del sentido de obligación o del exceso de tolerancia.  ¿Qué requerimos para ponerlos? Diría que valentía, respeto, amor propio y paciencia; pero como en otros escenarios, el primer paso es conocer los propios; es decir, no se vale poner los límites que otros nos impongan o crean que debemos establecer. 

Retomando lo difícil que puede ser co existir con la familia, diría que todos estamos dispuestos a aceptar sus letras pequeñas por una simple razón:  el amor que sentimos cuando formamos parte de una. Es precisamente por ese amor que vale la pena ser leales y poner límites; con ambos elementos, no solo mostramos el amor por la familia, sino también el amor que nos debemos a nosotros mismos.

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