Cómo me sorprende la expresión: ¡trabaja para sus chicles! Porque hace alusión a una persona, (generalmente a las mujeres), que trabaja por un dulce de dos pesos; además, implica que cualquiera que sea la remuneración que reciba, lo gastará únicamente en ella. ¡No conozco a una sola mujer que haga eso!
Hablar de las mujeres siempre me cuesta trabajo porque tengo tanto que decir que las ideas nunca se detienen, una de ellas es que en este país de muchos Méxicos, también las mujeres vivimos en entornos diversos; muchas veces somos cabezas de familia a pesar de tener a un hombre al lado y en este contexto no se nos pregunta si queremos trabajar, se asume que así lo haremos a la par de cumplir otros roles. También existen las que trabajamos por “voluntad”; aquí sí se nos cuestiona ¿para qué, si no lo necesitas?, o se nos sentencia: “¡para lo que te van a pagar!”. Me parece que el verdadero foco en la discusión no es si debemos o queremos trabajar, sino la naturaleza del trabajo; es decir, hay tantos tipos de labores que hacemos las mujeres y por lo que no se paga, que nos hemos comprado la idea de que sólo se le llama trabajo a aquello que se hace fuera del hogar. No puede haber nada más falso, por ejemplo, si nuestro gobierno le pagara a todas las mujeres por encargarse de niños y enfermos, no habría presupuesto social que alcanzara, pero sin darnos cuenta, aceptamos tácitamente que las labores del hogar no son un trabajo y mucho menos merecen ser remunerados. He platicado con infinidad de amigas sobre cómo de manera condescendiente, nuestros entornos “admiten” que las mujeres en casa sí trabajan; pero lo que me parece el colmo es que somos nosotras mismas las que emitimos juicios hacia las actividades que realizan las demás.
Estas discusiones importan porque lamentablemente los estereotipos pesan tanto, que en ocasiones ocultamos nuestro verdadero actuar. Hace unos años una amiga con una posición acomodada, me confesó haberle ocultado a sus familiares y amigos que estaba trabajando; —me daba pena decirlo Yose—. Es increíble como seguimos emitiendo juicios contra las elecciones femeninas, y por eso, es como si cualquier camino que tomemos, no satisficiera a nadie. Si la mujer decide quedarse en casa, el grupo de estudiosas y profesionistas la critican; si decide trabajar fuera de ella, el conglomerado de los desayunos en las mañanas la juzgan por no llegar a las ceremonias escolares; y si se decide por los dos caminos dirán que se complica mucho la vida. Lo malo de los estereotipos es que funcionan en ambos sentidos; antes de que naciera mi primer hijo, era impensable quedarme en casa y etiqueté de “retrógrada” el hacerlo cuando uno podía “salir a trabajar”; en cuanto lo tuve en mi brazos, cometí el acto más rebelde hasta ese momento, decidí dejar el ritmo del “éxito profesional” para disfrutar la maternidad. 3 años después, ya con dos hijos y deseando tener un tercero, me dieron ganas de retomar el mundo profesional y así lo hice. Admito que antes de ese momento, era del tipo de mujeres que lanzan juicios sobre las que no hacen “nada”, más que “estar en casa”. ¡Que bueno que la vida me dio una lección! Ahora peleo como fiera la libertad que tenemos todas de decidir sin que se nos etiquete o estereotipe y sobre todo, alego firmemente que nosotras somos en primer lugar, las que debemos darle el valor a lo que aportamos. ¡Así que no! ¡No trabajamos para nuestros chicles!, lo hacemos para sobrevivir, para nuestras familias, por crecer, por aprender o para aportar; pero si trabajar nos permite ir a comprarnos la caja entera de ellos, deberíamos de poder hacerlo todas, independientemente de donde lo hagamos.
¡Qué diferente sería la historia del mundo si la Ciudad de las Damas hubiera existido! Christine de Pizan, filósofa, poeta, humanista y escritora; nombró así a su obra publicada en 1405, considerada el primer alegato feminista. En ella defiende a las mujeres a través de una serie de citas de otras féminas célebres. Todas coexisten en una ciudad inventada por la autora en donde las “altas y fuertes murallas con anchas y hermosas torres que nadie podrá derribar estarían hechas de las mujeres del pasado”. Nada más ilustrativo: todas protegen a todas.
Si las mujeres le diéramos más valor a la fuerza de grupo que tenemos, en lugar de señalarnos las unas a las otras, la historia del mundo sería diferente.