Mi abuelo y su perro

Hace poco falleció Romeo, el perro tipo boxer  de un querido amigo. El evento me hizo recordar a mi abuelo, un hombre muy especial, hijo de padre francés  y madre mexicana que se quedó huérfano muy jóven.

Romeo y una de las historias que me contaba mi abuelo  inspiraron este cuento: 

Mi abuelo y su perro

Era un día soleado al norte de la CDMX, los tendederos en las azoteas de Ciudad Satélite se pintaban de colores, las sábanas tendidas al sol para orearse o blanquearse mantenían ocupadas a las señoras de la casa. Como cada sábado, mi abuelo había salido a caminar con Pointer, un sabueso cuyo nombre hacía honor a su raza, su cabeza y orejas eran  chocolate intenso mientras que el resto del cuerpo era blanco con finas y  grandes manchas chocolate también; era un perro muy activo mientras no estaba mi abuelo cerca, se movía con firmeza pero con mucha agilidad; no era nada agresivo pero sí fuerte y decidido; parecía que había tomado de la decisión de manchar las sábanas de mi abuela cada sábado, así que mi abuelo, un hombre espigado, alto, guapo y quien evitaba el pleito por sobre todas las cosas, se llevaba a Pointer los sábados a un paseo aún más largo del que daban todos los días.

Mi abuelo, era un hombre especial, de madre mexicana y padre francés que quedó huérfano muy pronto, quizá por eso disfrutaba de las cosas más sencillas de la vida y no se dejaba apresurar por nadie -ni siquiera por los conductores del periférico de la CDMX-, manejaba y caminaba lento, sin prisa y trataba a su perro tal cual nos trataba a todos: con respeto y mucha paciencia; incluso a mí me hablaba de usted porque “así se trata a las mujeres”. Le gustaba caminar muchos kilometros; uno de sus lugares habituales era el Parque Naucalli, donde jugaba ajedrez toda la tarde, cuando iba, pasaba horas sentado en las bancas con sus amigos moviendo las piezas; algunas veces lo acompañaba y lo veía sacar de de vez en cuando del bolsillo del lado izquierdo, su peine negro; porque que eso sí, no le gustaba que lo vieran despeinado; tenía largos y delgados dedos, manos fuertes y una boca grande con la que se reía a carcajadas ganara o perdiera la partida.

Ése sábado había pasado lo de siempre, Pointer corrió al encuentro de mi abuela cuando estaba por tender las sábanas, mientras ésta le gritaba a mi abuelo: ¡José, “tu perro”!, mi abuelo salía a su encuentro,- voy a hablar con él-, le respondía; “hablar con él” significaba tomar un largo paseo sin siquiera una cuerda como correa, y sí, mientras caminaba junto a él, mi abuelo le iba contando a Pointer quizá lo que nosotros ya sabíamos, o lo que no nos quería contar; me fascinaba atestiguar cuando iba con ellos, cómo Pointer no se alejaba mucho de mi abuelo, ni siquiera cuando había otros perros cerca; jamás he visto otro perro ignorar los ladridos de otros canes mientras pasa de largo como sabiendo que la vida está ahí: justo donde están los que amamos. Mi abuelo era un señor de otra era, siempre llegaba temprano aunque eso significara salir dos horas antes para caminar hacia donde todo el mundo llega en auto; pensé que era normal que los perros caminaran pegados a uno aún cruzando calles, ¡pero no!, era un asunto entre mi abuelo y su perro; no recuerdo que mi abuelo nos contara de dónde salió Pointer, me gusta pensar que era un secreto entre ellos, pero su relación me conmovía tanto como exasperaba a mi abuela; y es que el perro no era así de calmado con todo el mundo; parecía como si mi abuelo le diera la paz que tenía por dentro pero que a veces no lograba encontrar.

Ése fin de semana tardaron más de lo que acostumbraban incluso para su más largo paseo, supimos que algo andaba mal cuando mi abuelo volvió sin él; regresó solo, con la camisa llena de tierra y los ojos llorosos. Nos contó que a la mitad del camino, Pointer sin mayor aspaviento dió la vuelta a la izquierda, por donde se llegaba al parque sin sillas ni  mesas, ése lugar al que a veces solían ir porque no había gente y se tiraban los dos en el pasto; me imaginé perfecto a mi abuelo siguiendo a su perro, así era él, de las raras personas que simplemente te acompañan; nos contó que al llegar, supo que Pointer quería descansar, se sentó junto a él y se quedaron dormidos; pasando unas horas, sólo mi abuelo regresó a casa. 

Años después mi abuelo también murió dormido, cuando lo supe, recordé lo que nos decía sobre la muerte de Pointer: “sólo quienes verdaderamente amaron y fueron amados por un perro, podrán cruzar al otro lado”; él pensaba que el mundo de los vivos y el de los muertos estaban separados por un río y que sólo en el lomo de nuestro perro podíamos llegar al otro lado. 

Me gusta pensar que por eso los perros viven menos, se adelantan a escogernos un buen lugar, a buscar rincones en dónde jugaremos con ellos; así un día, cuando nos vean del otro lado, se lanzarán a él para recogernos, para llevarnos ese lugar, en el que por fin, estaremos juntos de nuevo.

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