¿Neta cada quién para su rancho?

En esta pandemia hemos visto lo mejor y lo peor de las actitudes humanas. Voluntarios, médicos, doctores, maestros, expendedores, etc, que aún en los picos más altos de contagio, no dejan sus trincheras para asistir a la sociedad; instituciones que se han unido en pro de ayudar a los más necesitados, amigos que uniendo esfuerzos ayudan moral y económicamente a quien no puede enfrentarse en solitario a la enfermedad; jóvenes que pacientemente han aceptado su realidad, a pesar de la frustración que causa no vivir plenamente su etapa de estudiantes o de salir con los amigos. Desde diferentes ángulos hemos sido testigos de que la naturaleza humana tiene mucho de positivo. 

Sin embargo, recientemente descubrí que tristemente también aplicamos el dicho de “cada quien para su rancho”, pensamos en nosotros mismos, en nuestro entorno cercano, en nuestra seguridad o imagen, y no en la de los demás. Me explico: me tocó vivir que mi hijo asistiera a una fiesta en donde uno de los invitados llegó sin saberlo, infectado de COVID, días después empezaron a dar positivo algunos de los jóvenes asistentes.  Para mi sorpresa, ni a mi hijo, ni a mi, nos avisaron de lo que estaba pasando a pesar de que incluso hubo quienes lo notificaron al colegio; me refiero a personas cercanas, señoras con las que te sientas en el café o en una fiesta, gente con quienes hemos compartido la mesa o la sala de nuestras casas, mamás con las que hemos participado de dudas o chismes en el chat. Ninguna de ellas me avisó que mi hijo podría estar infectado por haber asistido a la fiesta; por otro lado, a él tampoco le avisaron sus compañeros. El resultado: mandé a mi hijo a la escuela exponiendo a los chicos que no asistieron al evento; pero lamentablemente, no fue el único ignorante de lo sucedido, al llegar al Colegio, había otros chicos que asistieron sin saber de lo ocurrido, pero también hubo otros que sí  lo supieron la noche previa y aún así se presentaron. El Colegio tomó la medida por el bien común de regresarlos a sus casas, – lo cual me pareció excelente-, sin embargo, asumió que todos  entenderían la medida sin importar el modo. 

El evento me dejó un pésimo sabor de boca, me dejó ver a todo tipo de personajes: la mamá que protege a su hijo sin importarle otras mamás o el compañero, el jóven que ignora a quién no está en su grupito, la mamá que manda a su hijo sabiendo que hubo un contagio, en fin… ciertamente  en este contexto, no importa si nos caemos bien o no, si somos amigos o no, si somos de la “bolita” o no, el COVID puede llegar a ser mortal, lo tomemos en serio o no. El debate del “deber ser” es interminable, y este escrito no es para juzgar o señalar la forma en la que cada familia decide enfrentar la pandemia; la crítica social es la falta de solidaridad ante aquellos que no está en nuestro radar, o con quienes creemos que no hacen lo correcto; pero hablando del COVID, ambas cosas pasan a último término. 

Una vez más tranquila y sabiendo que mi hijo dió negativo ante la prueba, me pregunté ¿cuál es la lección aprendida?, mi respuesta es: mi familia deberá establecer un medio de comunicación sólida para saber qué está pasando en nuestro entorno y comunicarlo; también aprendí que no te puedes enganchar con lo que hace la gente, al principio me enojó y decepcionó  mucho  lo sucedido, pero no sirve de nada mantenerse amargado, al final de cuentas, siempre es bueno darse cuenta dónde está uno parado; pero lo más importante que aprendí es que ésto no es personal, más allá de estar de acuerdo el uno con el otro o de caernos bien o no, la responsabilidad social es universal. 

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