Repite conmigo: ¡No quiero!

No quiero

¡No quiero! Son simplemente dos palabras, y ¡cuánto no cuesta a veces decirlas! No quiero ir, no quiero seguir, no quiero comerlo, no quiero hacerlo, en fin… no quiero, no quiero y no quiero. Punto. 

Llevo 15 años de casada, en nuestros primeros años mi esposo se reía de mi forma de decir no quiero. Lo decía firme y sin pleito, así que no quedaba un ápice de duda; creo que las relaciones humanas serían muchísimo más fáciles si con toda franqueza dijéramos cuando no queremos algo; recientemente por ejemplo, escuché un podcast sobre una enfermera que amaba su trabajo, pero una vez que apareció el miedo y la muerte alrededor del COVID, un día simplemente decidió que ya no quería trabajar con enfermos. ¿Se vale hacer eso?, es decir, suena muy fácil decir no quiero cuando de ir a cenar se trata, pero cuando el asunto en cuestión es mucho más relevantes, ¿debemos dejar de hacer lo que queremos por el bien de los demás o incluso por mantenernos “fieles” a lo que nosotros mismos dijimos que queríamos? No es un debate menor, para empezar, decir que no es una forma de ser  asertivo, una persona no asertiva deambula y puede que termine cediendo a pesar del sentimiento negativo que éste hecho pueda traerle; los estudiosos dicen que evitamos decir que no, por miedo a ser rechazados, por ser codependientes, como consecuencia de una baja autoestima o por miedo a que nos dejen de querer; no es fácil poner límites, y la palabra NO es el límite más corto y poderoso que existe, por eso es tan necesario. Es como comer verduras, mis hijos dicen que las odian, pero cuando las comen admiten que se sienten mejor, claramente son buenas para la digestión y nos hacen más fuertes. Decir “no quiero” las suficientes veces, nos hace más fuertes y nos acerca a las personas y lugares correctos. 

Evidentemente, hay maneras de decir que no, y tampoco se trata de nunca ceder; simplemente se trata de evitar la culpa, el miedo o la presión alrededor de esta fuerte palabrita, algunas personas expresan claramente sus negativas rayando en la grosería o la rudeza, no creo que sea necesario, pero tampoco es sano que por el temor a ser “rudos” digamos que sí, especialmente las mujeres. Está comprobado que las mujeres dicen que no con mayor dificultad que los hombres, y cuando lo hacen, son tachadas de groseras, poco femeninas o rudas; ¿qué tiene de malo ser ruda?, al final de cuentas, es otra etiqueta que señala una verdad a medias: porque sí podemos ser rudas, y eso no significa que seamos ni groseras, ni menos femeninas, simplemente somos más francas, o más libres, cómo lo queramos ver. En defensa de cuando sentimos que no podemos decir no, en ocasiones es como consecuencia de rodearnos de personas mucho más manipuladoras que nosotros, por eso, a veces, a pesar de nuestra aparente firmeza, caemos como ovejas ante el lobo. Pero no pasa nada, pensemos que simplemente estábamos disfrazados, abajo de esa piel de  oveja, se encuentra un lobo que puede si se le provoca mostrar los dientes con tal de defenderse; porque no olvidemos que decir no puede ser tan trivial como para escoger la película, o tan trascendental como para frenar una relación sexual; por eso debemos fomentar que nuestros hijos y jóvenes lo digan en casa sin chantajes ni represalias físicas o emocionales. Demos permiso a nuestros  jóvenes para decirnos que no.

Retomando a Popeye, para quien no lo conoce, fue el protagonista de una caricatura con su nombre; era un joven marino flaco y sin chiste que se volvía más fuerte cada vez que comía una lata de espinacas. Tal fué la asociación de Popeye con al fuerza y las espinacas, que “la industria de la espinaca reconoce que gracias a él el consumo de esta verdura en EE.UU. subió un notable 33 por ciento, un producto que la marca Allens sigue vendiendo bajo el nombre de Espinacas Popeye”. Así que no hay duda: las espinacas hacían más fuerte a Popeye, decir que no, a nosotros nos hace invencibles. 

Miembros

No te pierdas ninguna publicación.