Durante 20 años he dado clases a nivel licenciatura y bachillerato. Uno de mis temas favoritos que abordo con mis alumnos es el de las elecciones que hacemos; elegir es una de las decisiones más importantes de nuestra vida, nadie se salva, y al hacerlo sacrificamos las otras opciones; en términos económicos a ese “sacrificio” se le conoce como costo de oportunidad.
Hacemos elecciones todo el tiempo, algunas de ellas causan mayor impacto que otras, una de las más obvias es la de comprar, sin embargo, le damos poca relevancia a que con cada compra, apostamos tácitamente por cierta marca y/o establecimiento, ese sencillo acto tiene un impacto mucho mayor que la simple transacción al momento de pagar, con cada voto que les damos, estamos fortaleciendo sus modelos de negocio, su filosofía y sus prácticas para mantenerse en el mercado. Sería increíble que todos eligiéramos con base en lo que somos o en lo que creemos; pero es tal nuestro afán por tener el diseño de temporada o vernos como el vecino, que sin darnos cuenta un buen día tenemos mucho más de lo que necesitábamos, y no tenemos ni idea de a quien apoyamos al comprarlo. Comprar donde sea y lo que sea, nos lleva a saturarnos, basta darse una vuelta por el closet o la cocina para toparnos con algo que nos sobra o que no hemos terminado de usar, a pesar de que alguna vez nos parecía indispensable. Mis hermanos y yo crecimos con el dicho de mi abuelita: “las cosas tienen que durar 20 años”, y esa sigue siendo su costumbre, reparar o re-usar, difícilmente comprar. Aún ahora, ya pasada mi infancia, es increíble sentarse frente a su “ropero”, –cual canción de Cri-Cri–, para verla mostrarnos prendas y objetos que parecen nuevos; es lamentable que las nuevas generaciones nos dejemos llevar por campañas publicitarias que enriquecen a pocos, empobrecen a muchos y comprometen al planeta. Afortunadamente, han ido apareciendo opciones para reducir la compra excesiva, o para redimensionarlas, como Adara, la reciente propuesta sobre vestir sustentable de dos amigas Tehuacaneras en donde ganamos todos: quien tenga prendas en buen estado y ya no use, se las entrega a consignación; en Adara las evalúan, precian y promocionan en sus diferentes plataformas, para que cuando se venda, exista una ganancia para ambas partes. Por si fuera poco, el beneficio de quien finalmente adquiere dicha prenda, es que logró comprar a menor costo un objeto de calidad. Me llama la atención que aunque este tipo de estrategias no son nuevas, persiste la idea de que usar algo de segunda mano es denigrante, es como si por llevar un objeto salido del almacén al precio más caro que podemos comprarlo, nos convirtamos en alguien mejor. No hay nada más alejado de la realidad, una persona libre no depende de eso para sentirse bien, es más, requerirá menos porque sabe que su valor no es el de afuera.
Si fuéramos lo que compramos, muchas veces seríamos inconscientes, explotadores y egoístas, porque pese a lo que nos quieran comunicar las empresas y por más distintivos que surjan, siempre habrá manera de hacerle creer al cliente que les importan tanto el entorno como los colaboradores –cuando sus acciones dicen lo contrario–. Para muestra un botón: el periódico El Mundo, expuso en el 2018 que “la marca Burberry destruyó por 5 años los productos que se habían quedado sin vender para evitar tener que rebajarlo de precio y que se devaluara su marca”. Sin tratar de ser injustos con este ejemplo dado que no es la única marca que lo ha hecho, me pregunto, ¿en cuántas subastas habrían podido participar los amantes de su logo si los fondos se hubiesen donado?, ¿a cuánta gente sin hogar hubiera podido vestir?
No se trata de ser radicales o de no darnos nuestros gustos, pero me parece que podríamos volvernos clientes cada vez más exigentes, tener cada vez menos o abrazar las nuevas formas en lugar de guiarnos únicamente por tendencias y campañas. Después de todo, las elecciones que hacemos también hablan de quienes somos.