
La construcción de la confianza lleva cierto tiempo. Es como ir poniendo bloques, pero hay ocasiones en las que esa torre que hemos construido consciente o inconscientemente, de pronto parece que se tambalea, es más, parece que nos roban una o varias piezas; probablemente ni siquiera nos demos cuenta cuando sucede, pero el día que nos volteamos o ver, o queremos usar esa pieza en particular, ¡pum!, nos percatamos de que ya no está. Sería grandioso poder gritar : ¡Que nadie se mueva! Se robaron mi confianza.
¿Qué cara podría tener el ladrón? Tal vez la de alguno nuestros padres con abusos verbales o físicos, algún familiar tóxico, probablemente sea la de nuestro jefe o un socio, a lo mejor tiene los ojos de una pareja o ex pareja sentimental, quizá la de cierto “amigo” a través de comentarios “bien intencionados”, el famoso crush que da alas y las corta, o incluso puede ser un collage de rostros formados por una entorno en el que no encajamos del todo. El asunto es que un buen día notamos que llevamos tiempo sangrando pero no lo sabíamos, como cuando un niño se raspa y no llora hasta que, entre maroma y maroma, nota su herida, entonces suelta el llanto desesperadamente. Creo que a nosotros nos pasa que como al niño, quizá las lágrimas provengan del hecho de sabernos heridos, más que de la herida en sí. Podríamos no mirar más la rodilla, es decir, hacer como que no pasó nada; nos puede funcionar por un tiempo, pero como nuestra alma no está hecha de un tejido tan reparable como la piel, corremos el riesgo de que con cualquier brisita de recuerdo o conciencia, nos sangre de nuevo. Vale la pena ver la herida, darnos un abrazo porque nos dimos cuenta de ella, incluso reposar un rato antes de intentar levantarnos, se vale hasta andar de cojito si nos sentimos más cómodos, para que poco a poco podamos ir ubicando esa pieza extraviada. Y es que lo maravilloso de nuestro interior es que en realidad nadie nos puede robar nada, solo nosotros tenemos esa clase de poder; así que en realidad, nadie nos ha hurtado esa pasión, esa habilidad, esa lujuria, esa fe, ese entusiasmo, esa confianza, todo sigue ahí; sólo que recibió un golpe tan fuerte, que decidió esconderse. Tenemos que llamarla de regreso; habrá que tener paciencia, no querrá salir a la primera, pero contamos con otros medios, el que más me gusta es el de “volver al hogar”; ese hogar que habita en nuestro interior, ahí reposan nuestros sueños y nuestras más poderosas pasiones; puede ser el lugar favorito, una puesta de sol, los brazos de a quienes amamos, o un hobbie oxidado; hacer esas cosas nos lleva a nuestro interior y es como susurrarle directamente a esa pieza extraviada; también vale la pena ser más selectivos y no dejar que una figura similar entre por la ventana; porque a veces nos relacionamos con personas muy parecidas a aquella que creemos que nos robó; sí somos invencibles, sí podemos sanar una y otra vez, pero ¿qué necesidad de dejar la puerta abierta a estos seres negativos? Probablemente una de las cosas más difíciles que tendremos que hacer es alejarnos de estas personas porque también es probable que sintamos fuertes lazos que nos unen a ellos.
¿Pero qué tal si como un thriller de suspenso, resulta que los ladrones somos nosotros? De nosotros mismos no nos podemos despedir, divorciarnos o renunciar, así que si notamos que somos quienes nos robamos continuamente, hay que ponernos un alto ¡pero ya!. Y es que a veces cometemos acciones que nos roban continuamente la confianza y la energía, como vivir obsesionados con las redes sociales, compararnos, no cuidar nuestra salud, vivir aferrados al pasado, saturarnos de actividades o personas, guardar resentimientos, postergar todo una y otra vez, depender emocionalmente de alguien, etc; la lista puede ser inmensa, depende de lo que nos lastima o no nos deja avanzar y aún así, seguimos haciendo.
Si nos cachamos haciendo esto, con toda firmeza debemos ponernos un alto, porque todos los demás pueden ser temporales, pero con quien siempre lidiaremos es con nosotros mismos. Esopo, el escritor griego de famosas fábulas, tuvo a bien escribir la de El Águila y la Flecha, he aquí mi versión del relato:
El Águila y la Flecha
En un día soleado y hermoso, estaba asentada un águila en el pico de un peñasco esperando por la llegada de las liebres. Al ver a una correr por el campo, emprendió el vuelo en picada para atraparla.
Más la vio un cazador, y lanzándole una flecha le atravesó el cuerpo.
Al caer al suelo, el águila observó que la flecha estaba construida con plumas de su propia especie; con profundo dolor exclamó:
-¡Qué tristeza, terminar mis días por causa de las plumas de mi especie!
Moraleja:
Más profundo es nuestro dolor cuando nos vencen con nuestras propias armas.