¡Que Vivan las Mamás Desobedientes!

Me encanta la desobediencia social. Creo que bien encaminada, es el camino al progreso y la justicia; por eso decidí que para celebrar el 10 mayo, tendríamos que hablar de las mamás desobedientes. De esas que rompen las reglas, las que salieron a buscar el voto, las que deciden ir por donde su corazón las llama, las que no quieren lavar los trastes al llegar de trabajar o las que piden a sus hijos y esposos que tiendan la cama; me esas mujeres que hacen leyes, descubren cosas, inventan soluciones y son capaces de enfrentar a un mundo que nos guste o no, sigue siendo más justo para los hombres.

Cuando aparecen los hijos, el mundo entero espera una serie de cosas de nosotras que en ocasiones terminan siendo una carga; por ejemplo, se espera que hagamos una pausa o que nos replanteemos el camino que deseábamos. No tengo nada en contra de hacer un alto en el camino, al contrario, creo que crucial hacerlo, pero esa expectativa es altamente hipócrita, porque se espera que regresemos a trabajar después de 40 días como si nada pasara, no hay espacios ni permisos para salir a amamantar ni tampoco  en casa se acomodan las reglas de inmediato a favor de la mujer. Es como si fueran enchiladas tener un hijo simplemente porque es lo natural. No hay nada de sencillo en lo natural; la naturaleza es compleja, mágica y en todos los otros escenarios requiere tiempo para reiniciar; pero a nosotras se nos pide que lo hagamos en tiempo récord. Nosotras mismas caemos en el juego y deseamos caber en nuestra talla de antaño en tan solo unas semanas o intentamos retomar nuestra actividad como si no hubiera pasado un tsunami hormonal y emocional por nuestros cuerpos. Tampoco ayudan las exageras etiquetas que nos tachan de exageradas porque no “superamos” las noches de desvelo, la pausa laboral o la pesada tarea de jugar varios roles. Y en medio de todo eso, en cada momento buscamos esas pequeñas manitas que se aferran a las nuestras con la total certeza de que no las soltaremos. 

Por eso es importante darnos permiso de ser mamás como mejor nos convenga, necesitamos desobedecer, porque así como a cada niño le acomoda diferente tipo de leche, o no toleran la lactosa, nosotras necesitamos plantear fuerte y claro lo que nos acomoda. Por supuesto que sirven los consejos, las manos expertas y los miles de recursos con los que contamos para trazar ese camino a lo desconocido; pero estoy convencida de que una parte importante del peso que sentimos viene con las normas que nos forzamos a adoptar. ¿Qué tal que no queremos lactar?, ¿y si negociamos home office?, ¿y si no queremos visitas en el hospital?, ¿se para el mundo si decimos que no vamos a la fiesta?, ¿y si no nos da la gana hacer papillas?; es más, ¿qué tal que decidimos adoptar o hacer la fertilización in vitro?. La parte complicada es enfrentar las críticas y señalamientos moralistas de aquellos que piensan o actúan diferente. Me parece que el regalo más grande que podemos darle a una persona es la confianza en sus capacidades y la libertad de ser como se desee. ¿Por qué no nos regalamos esas dos poderosas fuerzas? Necesitamos confiar en nuestra intuición de lo que nos acomoda mejor y necesitamos ser libres de actuar en consecuencia; que no nos preocupe el “qué dirán” porque siempre “dirán algo”, aún si seguimos las reglas. 

Existen numerosos ejemplos de mujeres que se replantearon las reglas. Acabo de ver la película de Netflix sobre Madame Curie, – el film es malísimo desde mi punto de vista-, pero claro que la historia de Marie Curie es imponente. Si ella pudo desafiar las reglas de la Física y la Química siendo mujer, me queda claro que todo es cuestionable y debatible; todo se puede reorganizar o descubrir, si las normas sociales y legales fueran creadas por la capacidad de imaginación que tenemos, también podemos rehacerlas. Seamos flexibles primero con nosotras mismas y luego con los demás, después de todo, todo lo rígido se rompe. Las mujeres que decidimos ser madres nos hemos roto mil y un veces como consecuencia de esa elección, las que deciden no serlo o  se replantean las normas del “deber ser” se enfrentan a ese falso modelo de perfección que honestamente a ninguna nos hace bien. 

Démonos permiso de desobedecer y como si fuera un grito de guerra, entonemos juntas “Que Vivan las Mamás Desobedientes”, porque nos guste o no, tenemos mucho que agradecerles. 

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