El Santo, es un elemento de la cultura mexicana del cual seguro has escuchado hablar, “El Enmascarado de Plata”. Su historia es fascinante porque refleja el esfuerzo de un país por fusionar dos culturas mexicanas: la popular y la urbana. Rodolfo Guzmán, originario de Hidalgo, llegó a Tepito, un barrio muy popular de la actual CDMX, como un luchador ya consolidado. Durante su carrera, usó muchas máscaras antes de adoptar la del Santo, que lo catapultó al estrellato.
Lo interesante es que los seres humanos siempre hemos buscado héroes, ya sean reales o ficticios, que nos devuelvan el sentimiento de confianza y libertad que a veces nos cuesta alcanzar por nosotros mismos. El Santo encarnó el profundo deseo del pueblo mexicano de ver paz, justicia y seguridad. Su legado incluye cómics, películas y un notable éxito en el ring. Si hoy tuviera Instagram o TikTok, sin duda sería un influencer. Lo sorprendente es que su éxito también revela una comprensión profunda de la sociedad. Aquellos que contribuyeron a su creación sabían que mientras la clase media y alta de la CDMX se deslumbraba con la cultura estadounidense, la clase media baja y baja mantenía una distancia crítica. El Santo, entonces, se convirtió en un híbrido, una mezcla entre lo urbano y lo popular.
Un aspecto crucial de su estrategia fue su transición de rudo a técnico, una movida que reflejó su habilidad para entender y conectar con el pueblo. La leyenda del Santo se construyó sobre la base de la carencia y la necesidad del pueblo, y su capacidad para comprenderlo. Pero, ¿qué tiene esto que ver con nosotros hoy? Es simple: seguimos buscando “héroes” y “líderes” que nos guíen, nos rescaten, nos indiquen el camino. En la actualidad, estos héroes ya no son luchadores ni superhéroes; son influencers.
En su estudio sobre el fenómeno de los influencers publicado en 2019, Bárbara María San Pedro explica que hoy en día la sociedad se informa, se queja, se decide, se compromete, se une y se divide en las redes sociales. En un contexto donde el mundo virtual y el real se entremezclan con límites difusos, los humanos mantenemos nuestro carácter sociable: nos agrupamos por afinidades o rechazos, buscamos sentido de pertenencia y líderes que nos guíen. El comportamiento observado dentro y fuera de internet es similar, y es aquí donde el Santo y los influencers actuales comparten un propósito social: guiar a sus seguidores. La pregunta es: ¿hacia dónde?
Existen numerosos estudios sociológicos, antropológicos y psicológicos sobre por qué seguimos a los influencers. Identifiqué cinco razones principales: inspiración y motivación, identificación y comunidad, recomendaciones y tendencias, entretenimiento y escapismo, autenticidad y conexión. En resumen: buscamos encontrarnos y encontrar otros como nosotros. Desde la Revolución Cognitiva, como describe Yuval Noah Harari en su libro *Sapiens: De Animales a Dioses*, los Homo sapiens desarrollaron un pensamiento avanzado y autoreflexivo que les permite mirar hacia adentro. Mi propuesta es que hagamos lo mismo.
¿Cómo navegar en el mar de influencers? Aquí algunos consejos prácticos:
1. Define tus objetivos y valores: Conócete a ti mismo.
2. Investiga y verifica: No te quedes con la primera impresión.
3. Sé crítico: No confundas el pensamiento crítico con emitir juicios.
4. Limita el tiempo en redes sociales: Mantén un equilibrio saludable.
5. Prioriza calidad sobre cantidad: La calidad de las conexiones es más importante que la cantidad.
6. Mantén el equilibrio entre el mundo virtual y el real: No pierdas de vista tu vida fuera de las redes.
7. Reflexiona: Piensa en lo que realmente necesitas y deseas.
Si revisas estos puntos, verás que todo empieza y termina contigo. Solo tú sabes lo que necesitas y hacia dónde quieres ir. Para escucharte, necesitas estar contigo mismo. Puede parecer exagerado, pero solo pasando tiempo contigo es como podrás encontrarte. Lo demás vendrá por sí solo.
Regresando al Santo y comparándolo con los influencers de hoy, no te confundas: detrás del mito había una estrategia bien pensada, pero también un soñador y amante de la lucha libre. Antes de convertirse en El Santo, Rodolfo Guzmán tuvo que esperar seis años desde su debut como luchador profesional. Su talento, el personaje, el misterio, los medios y la cultura lo convirtieron en una leyenda. Sin embargo, su éxito también se basó en la paciencia y la privacidad—aspectos difíciles de mantener en el mundo de las redes sociales de hoy. Como él mismo dijo en varias entrevistas, «Mi vida privada es para mí, y mi vida pública es para el público. Nunca quise mezclar ambos mundos.» Me pregunto cómo serían recibidas hoy esas palabras. ¿Nos seguiría gustando El Santo si supiéramos qué desayunó? Quizás es mejor no saberlo.
En la lucha por encontrarnos es cada vez más relevante aprender a dibujar la línea entre lo que somos realmente y lo que hemos «comprado» es cada vez más difícil. Hoy más que nunca, resulta indispensable ir adentro y aprender a discernir qué es nuestro, qué se queda, qué se va, que vale la pena conservar pese al esfuerzo que implica, y qué vamos transformando hasta convertirlo en propio.
Te comparto un poema de Ralph Waldo Emerson que lo describe bellamente:
Yo soy el que soy, no más, no menos,
la esencia pura en la vastedad del ser.
En la búsqueda de mí mismo, descubro
que el yo auténtico no es otra cosa
que la manifestación de mi verdad interior.
En cada respiración y en cada pensamiento,
encuentro el reflejo de mi propia esencia.